domingo, 25 de diciembre de 2011

Entrar o no entrar


Unas horas antes de que escribiera estas líneas me encontraba algo confundida en la puerta principal de mi casa, con la llave medio colocada en la cerradura y preparada para entrar, pero sin el valor suficiente para hacerlo. Nervios, tensión, mi cabeza dividida en dos bandos, a la derecha los recortes, sin argumentos, pero con un claro No y a la izquierda una nube de humo donde creí ver un SI. Se cayó la llave al suelo, bien, si soy sincera se deslizó por el pomo sin que yo pudiera evitar su caída porque a esas alturas ya tenía las manos sudorosas. A mi pequeño melodrama se suma que ni siquiera podía aliviarme con un pitillo de urgencia porque, como es lógico, no iba a ser la excepción de la ley de Murphy. Los fumadores me comprenderán perfectamente, basta que tengas la extraña sensación de que un cigarro te ayudará a tranquilizarte y salir del embrollo para que no lleves mechero. No podía ser cierto, ochocientas bolsas (de acuerdo eran tan sólo cuatro) con mil utensilios y me había olvidado el maldito mechero. Irremediablemente sentí subir la furia conmigo misma para acabar en un nada elegante “Mierda, a veces pareces imbécil”. Necesité varios minutos de reflexión para calmarme en el rellano, eso si, sin dejar de lado un séquito de intentos frustrados por trabar una genial estratagema que me librara de aquello, pero no la había, al menos no una tan elaborada como para que mi madre se la creyera. Claro! mi madre estaba en el juego, y cuando se trata de una madre es una auténtica misión imposible mentir y no la protagonizada por Tom Cruise. Solo me separaba de las paredes que conforman mi dulce hogar esa dichosa puerta de madera, lo suficientemente gruesa como para que me ocultara detrás de ella, y, sin embargo, tan fina que escuchaba la conversación que había al otro lado, en la cocina. No sé si era pereza o miedo a no saber llevar la situación con estilo lo que me impedía no abrir, y esa duda consiguió que perdiera otros tantos minutos invertidos en dar una y más vueltas por el estrecho pasillo que conduce al ascensor. Caminaba de un lado para otro como si tuviera muchísima prisa, supongo que desde fuera debía aparentar estar concentrada pensando en algo importante, aunque la verdad es que simplemente andaba esperando a ser rescatada.

Debía entrar y era consciente de ello, pero se me hacia cuesta arriba. Ya me había ido la noche anterior a dormir a casa de una gran amiga por dos razones; 1. Crearme una noche que, acompañada de dos rones, me hiciera olvidar que tenía la entrada para ver a Iron Maiden en el festival Sonisphere de Madrid y me había visto obligada a quedarme en Barcelona. Y 2. Alejarme unas horas preventivas de lo que se iba a cocer en mi casa los próximos días. He de reconocer que conseguí las dos, y aunque a medias, me lo pasé genial a enteras. Además cabe sumar a una divertida noche algo aparentemente irrelevante pero que si eres mujer probablemente entenderás, y es que iba cargada de una inexplicable confianza en mi misma porque me había comprado, dos días atrás, una camiseta de aquellas que al verla piensas “Está claro que la han hecho pensando en mi” y después suplicas “Por favor que me llegue para comprarmela con la chatarra que llevo encima”mientras cuentas monedas .

Volviendo a mi drama, todavía en el rellano recordaba la risa de mi amiga minutos antes de llevarme a mi casa, risa provocada por mi caótica situación hogareña, además de su cortés pero burlón “ale, que vaya bien” de despedida, con ese tono caracterizado por expresar en el fondo el alivio de poder irse tranquilamente a su casita y dejarte de la mano de dios ante el peligro. Cargada con un bolso gigante, uno pequeño, una bolsa de papel odiosa y una mochila, intenté convencerme de que no sería tan terrible como lo había recreado en mi mente, y entonces ¡bumm! y ¿Si por un casual no iba tan desencaminada y si que lo era? Varias preguntas de este tipo y algunas que no tenían nada que ver con el asunto pero que me calmaban haciéndome pensar en otras cuestiones, me condujeron a una frase que seguramente ya has escuchado “Cuanto antes lo hagas, antes lo terminarás” alternativa del clásico “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Por el momento, era de todas mis divagaciones, la más razonable. Mi circunstancia no era inaguantable, si no una de esas situaciones en las que debes hacer algo y lo sabes, pero extrañamente te vuelves solo un "poquito" más infantil e inmaduro que de costumbre (porque todos nos ponemos tontos de vez en cuando). Así, intento tras intento por tramar una historia que consiguiera salvarme, lo único que era inescrutable es que cada segundo corría en el reloj en mi contra dejándome sin tiempo. Lo sé, cuando algo no me apetece comienzo una de mis peores tendencias, la de magnificar negativamente todo lo que se me pasa por la cabeza que pueda esperarme del momento. El quid de la cuestión es que cuando el peligro te acecha dentro de tu casa no tienes escapatoria una vez has entrado, y menos aún si la mirada imaginaria pero atizante e increíblemente presionadora de tu madre te dice con la frialdad contundente de los mejores malvados de las películas de terror y, al mismo tiempo, del característico calor que invade a la mujer española: “entra ya... que como te tenga que entrar yo va a ser peor para todos”.






Finalmente lo hice, pude superar mi temor. Si, así es, entré de una vez por todas y allí estaba... Toda la familia de la pareja de mi madre esperándome para comer en un día tan señalado y, por supuesto, esperando para conocer a la hija de la susodicha. Se escuchaba de fondo a mi abuela repetir una y otra vez "A qué es guapa eh? A que si? Si... es guapa y ¡inteligente!". Y enfrente de todos ellos, como si de un jurado se tratara, yo, con una de aquellas sonrisas que uno pone cuando no tiene ideas para atenuar la situación y menos aún un comentario ingenioso. Unas horas después de mi hazaña solo puedo decir que sigo viva aunque con la misma absurda sonrisa.

¡FELIZ AÑO!

lunes, 12 de diciembre de 2011

Un viaje a las alturas

El mundo se hace cuesta arriba
y ¿dónde queda el arte?
si la mayor preocupación hoy día
es que tu jefe te despida.

No dejamos tiempo a pensar
en como llegar al final
de un 'dejarnos llevar'.
Siempre hay algo que hacer
y si no está ahí,
 acechando internet,
con todas sus redes
que te comunican con otros
porque en ellas hay atrapados
 miles de peces.

Mientras, en las alturas
viaja el más alto estadio
de cultura pura.
Hoy es el día, permitete llegar,
deja a un lado las ataduras
y verás lo que se disfruta
cuando echas a volar
 y eres tú quien decide
 que camino tomar.

No lo dudes,
ésta es tu oportunidad.
¡Bienvenido a mi empresa,
empiezas ya!




viernes, 25 de noviembre de 2011

A ti cómo te gustan?


Responden las mujeres: fáciles de llevar, que se puedan conducir hacia el destino deseado, con una exquisita estructura que te introduzca dentro del sentido y el aroma de un momento en particular o, simplemente, de una vida en general. Nos gustan completos, incluso nos atreveríamos a pedir un cierto grado de polivalencia, en otras palabras, que se desenvuelvan en distintos ámbitos con la misma soltura que en el ámbito natural. Que no sean estáticos, que permanezcan en un continuo movimiento, que no den pie a aburrimiento alguno, que provoquen sensaciones de todo tipo, incluso alti-bajos. Que se dejen reflexionar, que creen espacios de conocimiento y ofrezcan refugios tanto racionales como emocionales. Que te hagan reír o llorar, entristecer o alegrar, pero siempre que te hagan sentir. Creadores de expectativas, de objetivos, de metas, de algo por lo que luchar y que den sentido a cada pensamiento con un trasfondo, en muchos casos, oculto o con un aire misterioso. Queremos un lugar propio dentro de su narrativa, donde poder volar o poner los pies en tierra firme, dependiendo de hacia que paraje te conduzcan sus líneas. Un lugar privilegiado para soñar con cosas posibles o fantasiosas, para trascender la realidad o vivirla del modo más cruel. Desear entender, desear sentir, desear ser y ser siempre, al fin y al cabo, desear desear, porque es posible que esté a su alcance conseguirlo, pero también es imprescindible que exista una relación de reprocidad. Reclamamos sentirnos deseadas por ellos, requerimos su atención y pedimos un tiempo único e irrepetible para cada una de nosotras. Que nos seduzcan sutilmente hasta el punto de llegar a lo más profundo sin a penas ser conscientes del viaje recorrido o que nos despeinen cuando sea preciso y cuando no lo sea también. Que todo su ser traspase las palabras y los hechos, y los convierta en experiencias vividas y sentidas, inconfundibles, inolvidables. Queremos abrir ventanas desconocidas y puertas antes infranqueables, sin temor, donde poseer lo más preciado. Crear posibilidades, crecer, evolucionar y por las noches dejar de ser dos cuerpos y mentes unidos, para ser solamente esencia pura.

Responden los hombres: Nos gustan calientes, con cierto poder y dominio, para un día o para siempre, pero irrepetibles. Con cierta seguridad y confianza íntegra, que se expresen con sencillez, que nos lleven a la cama y nos hagan soñar con sus historias y laberintos. Queremos ver algo salvaje, insólito, casi ficcional. Que nos perviertan de vez en cuando el pensamiento, sin demasiados rodeos, complicaciones las justas, metáforas ilimitadas, que el primer diálogo avecine que vendrá después, pero siempre dando rienda suelta a un final tal vez inesperado o tan sólo hedónico. Que nos devuelvan a la niñez o nos hagan ser más hombres, que nos arranquen la ropa, las sábanas e incluso la comodidad, que nos dejen desnudos ante el peligro de ese gran desconocido, que permitan un viaje por su cuerpo sin fin y sin medida alguna, sin límites, hasta llegar a comprender su verdadero sentido, su verdadero yo. Que nos paren los pies o nos empujen a nuestros temores para vencerlos. Queremos la dulzura característica de la típica boulangerie francesa, y, a su vez, que sean como el pan, tierno, sabroso, intenso y fugaz como cada segundo de existencia vital, y, por supuesto, cotidiano. Nos gustan con momentos de acción, de énfasis, de desfase, con sentimientos profundos pero también lujuriosos, porque deseamos leer en sus cuerpos sexo, locura, desenfreno, pasión, intensidad, desesperación, muerte, y que esa lectura sea tan indescriptible como la mort súbite, un orgasmo mental tan bestial que te transporta lejos de la vida sin llegar a abandonarla. Estamos dispuestos a luchar por entender cada paso que dais hacia delante y a volver atrás si es necesario para poder adentrarnos de lleno, porque SOIS en mayúscula, y cuando estamos a vuestro lado fervientes por saber que sucederá, nos sentimos vivos, expectantes por el ¿que pasará?



De como las palabras dicen se las lleva el viento, pero no parece ocurrir de este modo en todos y cada uno de sus casos. Tu cuerpo desaparecerá, pero tu alma cuando la brindas a la literatura permanece y vive en cuanto vuelve a ser leída y sentida. Mantén si quieres tus obras y hazlo si puedes arriesgando por amar y deseando ser amado por ellas. Porque tu vida es necesaria tan sólo para ti, los demás podrán vivir ante tu ausencia a pesar de que puedas lograr que alguien te recuerde y te mantenga vivo, pero será tan sólo durante el tiempo de su vida, a no ser que escribas y aquello escrito se conserve y sea leído, pudiendo así darte “vida” otros de nuevo, como ocurre casi mágicamente cuando leemos a Shakespeare.

Así estamos yo y mis ideas, más allá aunque no despegados de mis circunstancias, que son las que precisamente me han traído hasta aquí, esperando impacientes vuestra historia, vuestro momento, vuestro ser y estar siendo, vuestros amores literarios. La razón es la facultad del hombre, pero también lo es el poder amar, de esto cabe entender la célebre y apasionante frase “el corazón entiende razones que la razón no entiende” y la literatura es la madre que mece en su cuna ambos ámbitos. Es así como la supervivencia de las palabras que conforman pensamientos y delirios viene dada en la historia. Espero entonces paciente y cautiva que me atrapéis in flagrante delicto, con el cuerpo templado y el centro excesivamente caliente, porque cabe un lugar para el deseo, que te convierte en activo respecto a lo que deja de ser solo un concepto cuando pasa a existir en ti como una realidad aunque sea imaginada. Del mismo modo, aunque no de manera magnífica como lo hace Sho hai, que nos engaña haciéndonos creer que dirige su lírica a una mujer para, posteriormente, desvelarnos que su musa es esa botella que ya tantos años lleva convertida en amiga y compañera; yo os he hecho caer en mi juego, espero, y haceros creer que mis palabras se conducían hacia el amor entre un hombre y una mujer, con todas sus respectivas alternancias, cuando mi intención aquí, y siempre, ha sido resaltar mi melódica musa, que de bien es sabido, es la literatura.

jueves, 10 de noviembre de 2011

'El Principito' de mi cabeza




Tras largas conversaciones conmigo misma, sobre cómo debería ser el hombre con el que compartir el magnífico y cruel camino de la vida, he llegado a una conclusión y esto que quede entre nosotros. Pensando en sus cualidades físicas y psicológicas y después de intensas aunque relajadas elucubraciones, recordé aquella frase de los años desnudos que decía así: “Los hombres que os corresponden a mujeres como vosotras todavía no existen”. Y he aquí el logro de la noche, para explicarlo es necesario volver algunos años atrás y rememorar “El principito”, lectura obligatoria en la infancia y, posteriormente, altamente recomendable en la adolescencia. Es una obra breve, pero muy significativa, que ya algo más maduros y, dedicándole su debido tiempo, se puede comprender como se merece.

Culpa de uno de esos momentos en los que te encuentras leyendo y aún siendo consciente de la interpretación alternativa que llevas a cabo bajo una línea que casi roza la inventiva, empiezas incluso a creerte tu deducción. Por uno de esos momentos yo me he dado cuenta de algo para mi sorprendente, y es que el Principito es el hombre de mi vida, tan perfecto o imperfecto como lo quiero en cada instante en que lo imagino. Me explico, visualicemos la famosa ilustración de la obra en la que el niño se encuentra solo en un mundo poco más grande que él, para mi ese mundo soy yo, es decir, el Principito tan sólo vive en mi, incluso puede que lo haya creado yo y hasta ahora ni siquiera tuviera conciencia de ello, pero está y ahora sé donde, en ese lugar repleto de la inocencia e ingenuidad que caracteriza a los niños.
A veces, llego a pensar que también sé el porqué, pero cada vez que me doy una respuesta la pongo irremediablemente en duda y esta tendencia me ha llevado a creer que quizás el porqué es porque dudo.

Puesto que todo gran amor comporta un gran riesgo, y el enemigo más peligroso de cada uno es uno mismo, mantengo al Principito vivo en la parte de mi mente conocida por mi como “sueños y utopías”, sin embargo, me cuido de un posible abordaje suyo a ese terreno en el que el cartel de la entrada dice: “Es real o puede serlo”. Porque al fin y al cabo, soy una de esas románticas racionales (aunque el concepto en si mismo parezca contradictorio, las mujeres somos más complejas que los términos) que están convencidas de que “la mejor relación es aquella en la que el amor mutuo es mayor que la necesidad mutua”, porque este es un amor del que yo soy el campo de batalla.

En ese pequeño lugar de mi cabeza propio, nuestro, o mejor dicho, mío, hay escrito en letra minúscula, a modo de esos rinconcillos en los que pone “made in ...” en cualquier cosa que se compre hoy en día, un feliz recordatorio: “Solo el corazón puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”.



jueves, 13 de octubre de 2011

Repensar una idea

Un hombre le dice a otro:
Qué es peor: la ignorancia o la indiferencia?
Le responde:
Ni lo sé, ni me importa.


Día tras día defiendes una idea en la que crees sin duda alguna. Piensas que te representa, es tu idea, tu manera de ver algo, posees argumentos que consideras lógicos, sólidos e incluso obvios para presentarla. No importa en la conversación que surja, defiendes tu perspectiva porque estás convencido y la expresas a quien sea sin temor. Estás orgulloso de ella y la exhibes cada vez que se da una ocasión, situándote en una clara indiferencia hacia otras posibles respuestas que no te convencen. Así poco a poco la vas haciendo fuerte, la interiorizas e intentas hacerla entender a los demás, te sientes a resguardo y por ello muestras sin prejuicios sus puntos débiles y lo haces porque sabes que no perderá intensidad y con esa convicción te atreves a exponerla concienzudamente a juicio ajeno sin ser consciente de que el peor juicio es el que no se juzga a si mismo.

De pronto un buen día, sin previo aviso, tus propios hechos te demuestran todo lo contrario y entonces intentas alejarte de lo ocurrido y te preguntas que lugar ocupa tu “fantástica” idea y cual tu experiencia. Es en este punto en el que me encuentro altamente confusa y levemente aliviada, me viene a la cabeza ese dicho que comienza por “nunca digas de este agua no beberé...” y de repente cobra un nuevo significado, quizás efímero, pero real. Te posicionas en una perspectiva que antes rechazabas sin problema alguno y te dices: seré falso conmigo mismo? Que peligroso es dejarse llevar y que tentador si estás dispuesto a trastocar espacios que creías cerrados y servidos en tu pensamiento. Aunque sea de higos a brevas es conveniente ser escéptico con las ideas propias, y abrir nuestra cajita mental en lugar de guardarlas como un tesoro infranqueable. Cerrarse en banda corresponde a la ignorancia activa, y, como bien expresó Goethe, no hay nada más espantoso que eso. Cada aprendizaje, cada circunstancia, cada vínculo, requiere repensar y no hacerlo supone no avanzar; quedarse perpetuamente clavado en la misma idea no me parece algo satisfactorio, sobretodo porque intentarlo es incluso más complicado que dejar que fluyan y conectarlas de maneras que antes no conocías o no eras capaz de ver, pero que ahora aparecen como una posibilidad.

Un gran pensador expresó una idea que hoy resurge en mi resignificada: Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado1. Tras repensarla mi conclusión, hoy, es que tus ideas pueden hacerte sentir libre, pero si no les das la oportunidad de cambiar se convierten en la peor de las cárceles, las que te construyes a ti mismo desde dentro. La idea, ahora distinta cualitativamente, es entonces como la energía, nunca se destruye, sólo se transforma. ¿Y porqué no dejar una puerta abierta al libre pensamiento en lugar de esclavizarse a un “así soy yo, pienso de esta manera y punto”? ¿Para qué poner un punto a una idea si puedes permitir que su narración se desarrolle sin límites?




1 Ortega y Gasset

lunes, 3 de octubre de 2011

Te deseo...

Hoy es un gran día para mis defectos, pero sobretodo para la parte más negativa de mi ser. El ¿porqué? tiene respuesta esta vez, sin que sirva como precedente. La razón es que he descubierto la mejor manera de maldecir a alguien. Este asunto traspasa la aparente banalidad en la que parece que se encuentra, y lo hace porque su esencia reside en algo muy profundo, una manera de ver el mundo y, por encima de ello, una forma de intentar comprenderlo un poco más. Supongo que conocerás la historia que guarda el símbolo yin-yan, con su “todo tiene un contrario”. El de la oscuridad y la luz es un famoso ejemplo, demasiado utilizado, y aunque soy consciente de lo fácil que resulta recurrir a él, creo que esta vez está minimamente justificado para entender lo que quiero expresar. Practicamente todos tenemos alguien hacia quien enfocar nuestro odio, y que antes de llegar hasta ese punto habíamos repudiado y finalmente hemos ignorado. Es un simple proceso que comienza por interiorizar el problema, dejar que fluya y, si se lo permites, dejar que se vaya. Bien, pues para esas personas que provocan que nazca ese proceso de odio, hay una maldición perfecta que ahora mismo formularé: “Te maldigo siendo feliz siempre”. Pensarás ¡qué locura! Pero hay una explicación: como todo NO tiene en la cara adversa un SI, si eres feliz siempre, no lo eres nunca. Es decir, si al yin le arrebatas el yan, irremediablemente, se verá ipso facto anulado, de modo que el trasfondo de la esencia de la frase reside en desearle simplemente la nada. Porque es preferible sentir tristeza a no sentir nada, de modo que es algo así como desear un no-equilibrio en el alma del otro.

Así funcionan las cosas al parecer, cada una con su contrario. Por ello, qué mejor manera de maldecir que haciéndolo proyectando sobre el susodicho energía positiva, pero tanta que el ejemplo perfecto para entenderlo (y no tan utilizado) reside en las vagas orientales. En algunos lugares de Oriente cuando un grupo de trabajadores creen que deben manifestar su descontento y, consecuentemente, llevar a cabo una vaga, trabajan más de lo que deberían provocando una producción masiva con el objetivo de colapsar la empresa. Desde esta perspectiva nace el sistema sobre el que se crea una manera más de maldecir. Sea como sea, cuando repudie y odie, maldeciré deseando con todas mis fuerzas que esa persona sea feliz siempre, maldición que desaparecerá en la tercera fase fundamentada en la indiferencia. Por todas esas razones lo que te deseo es que sientas siempre.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mentir



Para algunos es un hábito, para otros un tramo horrible por el que todos hemos pasado en algún momento. Cabe destacar que hay múltiples y variadas clases de mentiras. Hay, por ejemplo, una clara distinción entre las "piadosas", que son supuestamente aquellas que se hacen con el fin de no hacer sufrir a alguien, a mi entender son las que rozan los límites entre la educación y la hipocresía; y las "egoístas", que son paradójicamente las más sinceras.

Con el tiempo, las mentiras, y con ellas sus padres, los mentirosos, han ido evolucionando. Hace algunos años se decía: “Me he perdido por la ciudad”, lo que en la actualidad sería algo así como: “Tengo reunión a las ocho, llegaré tarde, por cierto, no tengo batería en el móvil”. Yo me pregunto ¿no sería mejor confesar que estás en el bar de la esquina junto a la oficina bebiéndote unos quintos?

Es indiferente quien mienta, niño, joven o adulto; y a quién se mienta: jefes, maridos, padres; o, incluso, cómo se mienta: ya que puede ser una mentirijilla o una gran mentira. Así pues, todo es cuestión de grados, depende de a quién, cómo, cuándo, dónde y porqué se mienta. Vaya, las cinco reglas del periodismo me han servido para algo...

Sea como sea, mentir, por el momento sigue siendo más un defecto que una virtud, por esa razón podríamos tener en cuenta dos famosos refranes que todos conocemos, el primero: “¡No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti!” Y por si acaso este es poco significativo el segundo: “¡Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”!, este va dedicado a los más listillos. Aún y con éstos, faltaría un tercero que es más bien un consejo: “¡Le mientas a quien le mientas cuidate de que no sea a tu madre, porque es imposible!”, ahora habrá más de uno pensando en aquella vez que se la coló a su madre, pues te diré querido lector que te equivocas y que tú madre si que te la ha colado a ti haciéndote creer que no sabía perfectamente lo que estabas tramando.
Si con todo lo dicho aún crees que seguirás mintiendo (ya que sin mentira no hay verdad, y ambas forman parte de la vida), te confesaré un truco excelente: Creete tus propias mentiras y, en el caso extremo de que te descubran, haz como los hombres cuando ellas conocen que ese bar junto a la oficina es un loft, que los quintos son condones y que los amigos se reducen a uno solo y tiene nombre de mujer..., es decir, niégalo todo, suelta un “estás paranoico” y no confieses si no tienen pruebas.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Gracias a que tú quieres ser


Cuantos habrán soñado de pequeñitos con ser lo que más deseaban de mayores? Muchos. Cuantos mayores habrán soñado volver a ser pequeñitos? Incontables. Cuantas madres habrán escuchado: – Mamá yo cuando sea mayor quiero ser el mejor bailarían del mundo!; – Mamá quiero ser futbolista, profesora, enfermera, Son goku...-- ; O, quizás: – Mamá yo de mayor quiero ser como tú --. Y ella habrá pensado bajito para que nadie pudiera escucharla: – Y yo otra vez pequeña! --

Yo soy distinta, una pieza extraviada que nada determina. Yo quiero ser una caricia eterna. Parece una locura, algo imposible ¿verdad? Pero, ¿porqué? Cuantas veces se ha conseguido aquello que anteriormente parecía inalcanzable?

Yo quiero ser tú, cuando tu niño corre hacia a ti y te abraza; cuando te adormeces mientras una mano de suave tacto traspasa tu piel para llegar al fondo más remoto y escondido de lo que llamamos corazón; cuando lees un libro y tu piel se eriza recorriéndola con un ligero pero intenso placer por cada parte de tu cuerpo; cuando un amigo te roza con sus dedos la cara para borrar una lágrima; cuando escuchas música y nadie puede descubrir, ni describir, lo que entonces ocurre dentro de ti.

Pero también todas y cada una de las ocasiones en las que lo has compartido; cuando le diste un beso, tan deseado como el mayor de tus sueños, a aquella fotografía en la que guardas un amor tan grande que he podido sentirlo mientras escribo esto; cuando sientes que algo especial va a pasar, no sabes por qué, pero sonríes, puedo verlo; cuando el oleaje del mar dejó eclipsado todo aquello que te define y te mimetizaste con él hasta el punto en el que sin ser consciente te balanceabas cuidadosamente de manera casi imperceptible, lo capté; cuando oliste ese aroma que anhelas y provoca que el mundo se pare en ese instante, lo sentí.

Lo he conseguido, soy caricia, pero no una de esas que se piensan, si no una de las que se regalan sin esperar recompensa alguna; una de esas que recuerdas con los años y la sientes tan profunda e intensa como cuando ocurrió; una de esas que imaginas con tanta fuerza que existe, nadie lo sabe, pero yo estaba en aquel lugar para sentirla, porque yo soy ella, soy caricia.

Mente en blanco, desconexión y conexión con el mundo, entonces es cuando estoy siendo en mi más puro estado, soy y estoy sintiendo ¿efímeramente? Cuando dé la sensación de que me voy a acabar, una especial brisa, o el tacto de las sábanas deslizándose por tu piel en medio de la noche, o, simplemente, la caricia tierna que te haces a ti mismo cuando ríes con o sin motivos, me harán estar y sentir. Soy la pureza más viva de la esperanza, porque no moriré mientras tú sientas y sentirás mientras yo exista. No hay muerte posible para una caricia, en lo eterno que hay en cada una de mis infinitas expresiones te acojo, porque yo soy caricia gracias a que tú quieres ser.

lunes, 29 de agosto de 2011

"Alunizaje a mis limitaciones"


¿Es posible cargarse de un plumazo, a la primera, sin compasión alguna, las limitaciones de uno? Ante todo, creo que en cuestiones como ésta no existen respuestas rotundas, tal vez si opiniones absolutas, pero realmente, e intentando ser lo más objetiva posible dentro del subjetivismo del que nadie puede escapar, confío en que no hay noes o sies irrefutables. Son cuestiones que cada cual debe responderse a si mismo, ese el mejor método, por ello apuesto por la introspección, buscar dentro de ti siendo consciente que gran parte de lo que eres proviene de toda la información que has recibido desde el nacimiento, o, incluso desde algún tiempo antes. Eso no implica que de nada sirva buscar “tus” respuestas fuera, porque simplemente serian las de otros. Por esa razón, me baso en lo que han hecho de mi mis circunstancias, es decir, mi propia respuesta. Hay momentos en los que se sabe a modo sencillo que camino tomar, al racismo un No, al maltrato un NO, a los abusos un No, en conclusión, un enorme, potente y concienciado NO a las injusticias. Pero a la pregunta: ¿Cómo llevar a cabo la ruptura con tus propias limitaciones, con aquellas que realmente no estarían si tú no les hubieras permitido habitar allí? Me surge un ¿Acaso es posible hacerlo? Mi respuesta es si, mi justificación, aunque relativa e indeterminante, es la siguiente. Supongo que todos tenemos en mente lo que es un alunizaje, para situarnos; noche cálida o fría, es indiferente, uno o varios hombres en un coche deciden premeditadamente empotrar su automóvil contra un establecimiento, con la intención de realizar lo comúnmente conocido como robatorio. Una vez dicho esto allá voy.

Estoy en mi vehículo acompañada por dos damas; cobardía y valentía son sus nombres. A modo de la típica película norteamericana en la que un angelito diminuto te da buenos consejos, y, en el otro hombro, un demonio hace todo lo contrario, allí están ellas. Una me dice: -- Hazlo, ¿qué puedes perder? Y la otra contesta: -- Sabes que no puedes, ¿Para qué vas a intentarlo si el fracaso es inminente? Reflexiono, miro hacia todos los costados de la calle, no hay nadie, aparentemente. Me invade un profundo temor, típico del momento que antecede a un cambio, y, a su vez, una satisfactoria sensación de poderío. ¡Puedo hacerlo, no temo el fracaso! O, ¿Quizás si? Sigo pensando, pasa el tiempo...

Debo decidir, estoy preparada y lo sé, y ¿por qué no entonces? Un sentimiento de placer un tanto doloroso transita por mi cuerpo y se desliza desde el final de mi espina dorsal hasta mi cabeza, trasladándome a una leve pero extremadamente sensacional impresión de libertad. Soy luchadora, voy a romper con clichés sociales que me aprisionan, que me oprimen, con supuestas no oportunidades para nosotros, con sueños en principio imposibles, con proyectos “inalcanzables”, en definitiva, con limitaciones que no nos corresponden. Es necesario actuar, hacerle frente a caminos establecidos que realmente no queremos tomar, realizar esos sueños, esos proyectos que si son posibles porque estamos capacitados, voy a agarrar las riendas del camino que solo yo debo trazarme y, con ello, voy a acercarme, no, a acercarnos, algunos pasos a eso que llamamos libertad.

Las revoluciones pasan a estar altamente aceleradas, quito con firmeza el freno de mano, mi mirada sigue fija y concentrada en el mismo escaparate, sin titubeos decido acelerar con la mayor velocidad a la que puedo llegar y entonces, rompo con las limitaciones que no me pertenecen. Sin embargo, no ha ocurrido como creía que sucedería, el cristal no ha caído totalmente, no se ha derrumbado, ni siquiera una parte de él. Le he atacado con potente alevosía, es cierto, en cambio, no he acabado con él. Sigue en pie, si, pero ahora es débil, está dañado y mal herido, ya no es más fuerte que yo.

Me paro a pensar unos instantes y llego a una conclusión; vencer el miedo e intentar exterminar mis limitaciones no es cuestión de un momento de irrevocable valentía, va mucho más allá... Simplemente he conseguido el triunfo del primer tramo, atreverse a decidirse y lanzar por la borda la resignación y el temor a las dificultades que acontecen a un sendero por crear, sin más guía que la que me he construido con intensos pilares forjados con mis ideales, mis valores, mis principios. Desde este instante hacia delante, toca ir tirando abajo los miles de cristales que aunque juntos ya no son una unidad infranqueable, son un frágil mosaico, en el que ya no me veo reflejada. Se entreven mis posibilidades aunque soy consciente de que queda un arduo y duro trabajo, de seguridad, convicción, fortaleza, reflexión y ejecución. Poco a poco voy destruyendo cada cristalito, quiero porque puedo y puedo porque quiero, soy YO más que nunca, paso a paso, alunizaje a mis limitaciones.

domingo, 14 de agosto de 2011

Saine de Beauvoir

Nació en el mágico París de principios del siglo XX. Con su especial encanto, la ciudad transmitía pasión, sus calles parecían estar impregnadas de sabiduría. Paseando por ellas se tenía la sensación de que en cualquier momento te asaltarían las musas y llegarían a ti, desnudándose por completo y ofreciéndote toda su inspiración. Ciudad de artes y misterios.

La francesa se dedicó a la enseñanza y a la escritura, una gran defensora de los derechos del sector femenino y de la libertad personal, eso es lo que fue para el resto de la humanidad Saine de Beauvoir. Para él siempre había sido mucho más, incluso cuando solo sabía de ella lo que en sus libros escribía. Jean Paul Brunö pudo disfrutar de la filósofa durante la última etapa de la vida de esta y durante el mejor tiempo vivido de él. La conoció repentinamente una mañana, inolvidable, de 1933, siendo su alumno. Ella ejercía como maestra de filosofía, le doblaba la edad. Pero esto no fue ningún inconveniente para que fluyera entre ellos una relación magnífica, que les haría viajar hasta los parajes más lejanos y, antes desconocidos, del fondo de su mente. Se dejaron llevar por el amor, la amistad y la admiración del uno por el otro. Hoy Jean Paul recuerda que hace un siglo las mujeres solo por el hecho de serlo sufrían una serie de daños colaterales, que las arrastraba a una vida predestinada desde niñas. Dedicadas únicamente a ser esposas, después madres y, por supuesto, excelentes amas de casa. Pero la intrépida Beauvoir era distinta, sus ideas serían para muchas féminas el comienzo de una lucha de creencias que cambiaría por completo la visión de la mujer. Jamás se dejó vencer por estos ideales de su época, que envolvían a la mujer, dejándola sin más objetivos en la vida que los establecidos por una sociedad, equívocamente, machista. Creyó en ella misma y defendió siempre su causa. Pensaba que la mujer no era el sexo débil y escribió un libro en el que explicaba su teoría, para intentar que todas aquellas mujeres prisioneras de los ideales establecidos se liberaran sin temor a las repercusiones. Definía a la mujer en base a sus posibilidades, no la limitaba, quería dejar que su mente pudiera volar y su cultura fuera más allá de unos fogones. La visión de futuro de la filósofa era un mundo donde la libertad reinaría, las siguientes generaciones ya tendrían clara su verdad y la igualdad sería un hecho práctico y no tan solo teórico. Jean Paul admiraba la fortaleza que ella poseía, veía mucho más que una mujer, era un espíritu libre. Él la apoyaba y seguía en sus teorías, porque creía en ellas tanto como Beauvoir, era valiente, no temía las críticas del sector masculino. Era un hombre con las ideas claras y dispuesto igual que Saine a luchar por conseguir abrir nuevos caminos en las mentes más cerradas. Cuando Saine murió, Jean Paul empezó a escribir un cuento, en el que metafóricamente quería explicar el cambio de mentalidad que supuso la filósofa para muchas mujeres. Transmitir la sensación de una metamorfosis social de liberación. Para ello, sucumbió al arte escrito y utilizó como personaje al dueño de una fábrica cercana a la ciudad, Gregorio Samsa, que solo contrataba a mujeres, a las que pagaba una cantidad irrisoria. Era un mezquino que siempre andaba maldiciendo mientras apoyaba una de sus manos en su enorme barrigón y con la otra se peinaba su frondoso bigote. Las primeras líneas de la narración se hicieron conocidas por todas las admiradoras de Saine de Beauvoir, puesto que sabían el verdadero significado y simbolismo que guardaba cada una de las palabras del relato. Tantos años después, se sigue teniendo muy presente a esta pareja y a su pequeño pero significativo legado de libertad. El comienzo del cuento dice así:
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía su vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
¿Qué me ha ocurrido?”, pensó”.1


1 [ LA METAMORFOSIS ; KAFKA, FRANZ; AKAL 2009]

La inspiradora figura de la filósofa Simone de Beauvoir fue la influencia primordial desde la que surge mi protagonista, cuyo nombre es hoy mi pseudónimo.

viernes, 12 de agosto de 2011

Un día quieres hablar libremente con alguien sobre lo que pasa dentro de ti, y encuentras un refugio en un extraño.


Así yo con nueve años me encontré, sin previo aviso, en medio de una inesperada desestructuración familiar, en un lugar nuevo, sin amigos y aunque los hubiera tenido no podrían haberme entendido, con un volcán de emociones sin tener donde explotar o con quien. Con mil cosas que contar y sin oídos que me escucharan. Sola y confusa, con un muro gigantesco que me impedía compartir mis circunstancias, encontré un resguardo que ahora he decidido compartir, el papel. En él me he sentido libre y más yo que nunca, he inventado universos donde sentirme a gusto, he creado historias que no me pertenecían pero que he hecho mías, me he conocido a mi misma y tantos años después, tantas letras más tarde, quiero compartir mis mundos, que no escribo para los demás sino que escribo para mi. Por esa razón, este blog nace como parte de mi ilusión por ser ese extraño que necesitamos cuando buscamos un refugio sin límites, ni condiciones, donde poder sentirnos un poco más libres.