jueves, 13 de octubre de 2011

Repensar una idea

Un hombre le dice a otro:
Qué es peor: la ignorancia o la indiferencia?
Le responde:
Ni lo sé, ni me importa.


Día tras día defiendes una idea en la que crees sin duda alguna. Piensas que te representa, es tu idea, tu manera de ver algo, posees argumentos que consideras lógicos, sólidos e incluso obvios para presentarla. No importa en la conversación que surja, defiendes tu perspectiva porque estás convencido y la expresas a quien sea sin temor. Estás orgulloso de ella y la exhibes cada vez que se da una ocasión, situándote en una clara indiferencia hacia otras posibles respuestas que no te convencen. Así poco a poco la vas haciendo fuerte, la interiorizas e intentas hacerla entender a los demás, te sientes a resguardo y por ello muestras sin prejuicios sus puntos débiles y lo haces porque sabes que no perderá intensidad y con esa convicción te atreves a exponerla concienzudamente a juicio ajeno sin ser consciente de que el peor juicio es el que no se juzga a si mismo.

De pronto un buen día, sin previo aviso, tus propios hechos te demuestran todo lo contrario y entonces intentas alejarte de lo ocurrido y te preguntas que lugar ocupa tu “fantástica” idea y cual tu experiencia. Es en este punto en el que me encuentro altamente confusa y levemente aliviada, me viene a la cabeza ese dicho que comienza por “nunca digas de este agua no beberé...” y de repente cobra un nuevo significado, quizás efímero, pero real. Te posicionas en una perspectiva que antes rechazabas sin problema alguno y te dices: seré falso conmigo mismo? Que peligroso es dejarse llevar y que tentador si estás dispuesto a trastocar espacios que creías cerrados y servidos en tu pensamiento. Aunque sea de higos a brevas es conveniente ser escéptico con las ideas propias, y abrir nuestra cajita mental en lugar de guardarlas como un tesoro infranqueable. Cerrarse en banda corresponde a la ignorancia activa, y, como bien expresó Goethe, no hay nada más espantoso que eso. Cada aprendizaje, cada circunstancia, cada vínculo, requiere repensar y no hacerlo supone no avanzar; quedarse perpetuamente clavado en la misma idea no me parece algo satisfactorio, sobretodo porque intentarlo es incluso más complicado que dejar que fluyan y conectarlas de maneras que antes no conocías o no eras capaz de ver, pero que ahora aparecen como una posibilidad.

Un gran pensador expresó una idea que hoy resurge en mi resignificada: Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado1. Tras repensarla mi conclusión, hoy, es que tus ideas pueden hacerte sentir libre, pero si no les das la oportunidad de cambiar se convierten en la peor de las cárceles, las que te construyes a ti mismo desde dentro. La idea, ahora distinta cualitativamente, es entonces como la energía, nunca se destruye, sólo se transforma. ¿Y porqué no dejar una puerta abierta al libre pensamiento en lugar de esclavizarse a un “así soy yo, pienso de esta manera y punto”? ¿Para qué poner un punto a una idea si puedes permitir que su narración se desarrolle sin límites?




1 Ortega y Gasset

lunes, 3 de octubre de 2011

Te deseo...

Hoy es un gran día para mis defectos, pero sobretodo para la parte más negativa de mi ser. El ¿porqué? tiene respuesta esta vez, sin que sirva como precedente. La razón es que he descubierto la mejor manera de maldecir a alguien. Este asunto traspasa la aparente banalidad en la que parece que se encuentra, y lo hace porque su esencia reside en algo muy profundo, una manera de ver el mundo y, por encima de ello, una forma de intentar comprenderlo un poco más. Supongo que conocerás la historia que guarda el símbolo yin-yan, con su “todo tiene un contrario”. El de la oscuridad y la luz es un famoso ejemplo, demasiado utilizado, y aunque soy consciente de lo fácil que resulta recurrir a él, creo que esta vez está minimamente justificado para entender lo que quiero expresar. Practicamente todos tenemos alguien hacia quien enfocar nuestro odio, y que antes de llegar hasta ese punto habíamos repudiado y finalmente hemos ignorado. Es un simple proceso que comienza por interiorizar el problema, dejar que fluya y, si se lo permites, dejar que se vaya. Bien, pues para esas personas que provocan que nazca ese proceso de odio, hay una maldición perfecta que ahora mismo formularé: “Te maldigo siendo feliz siempre”. Pensarás ¡qué locura! Pero hay una explicación: como todo NO tiene en la cara adversa un SI, si eres feliz siempre, no lo eres nunca. Es decir, si al yin le arrebatas el yan, irremediablemente, se verá ipso facto anulado, de modo que el trasfondo de la esencia de la frase reside en desearle simplemente la nada. Porque es preferible sentir tristeza a no sentir nada, de modo que es algo así como desear un no-equilibrio en el alma del otro.

Así funcionan las cosas al parecer, cada una con su contrario. Por ello, qué mejor manera de maldecir que haciéndolo proyectando sobre el susodicho energía positiva, pero tanta que el ejemplo perfecto para entenderlo (y no tan utilizado) reside en las vagas orientales. En algunos lugares de Oriente cuando un grupo de trabajadores creen que deben manifestar su descontento y, consecuentemente, llevar a cabo una vaga, trabajan más de lo que deberían provocando una producción masiva con el objetivo de colapsar la empresa. Desde esta perspectiva nace el sistema sobre el que se crea una manera más de maldecir. Sea como sea, cuando repudie y odie, maldeciré deseando con todas mis fuerzas que esa persona sea feliz siempre, maldición que desaparecerá en la tercera fase fundamentada en la indiferencia. Por todas esas razones lo que te deseo es que sientas siempre.