miércoles, 14 de noviembre de 2012

Son tiempos de...

Tiempos en los que las malas noticias son las que llegan primero, son tiempos de agradecer. Días de reflexión en los que desperté de esas cuatro paredes fijas en las que no había ninguna puerta, porque la única salida estaba en mi. No me avergüenzo por haber estado perdida creyéndome los dogmas sociales con los que he crecido, tampoco agacharé la cabeza por no haber avistado antes todos los caminos que hoy soy capaz de trazar mientras ayer me apretaba con duda la venda de los ojos.

Si me inclino ahora, es para dar las gracias por estar en esto con vosotros. Por tener siempre una luz alumbrando incluso cuando cierro los ojos. Por poder vivir sin sentirme sola, por soplar las velas de mi mayoría de edad mental acompañada de grandes pensadores. Por seguir aqui, sabiendo que pienso por mi misma y defendiendo un sólo discurso: el que nace de mi propia pelea interna buscando un equilibrio entre emociones e ideas.

No negaré más las realidades que veo, como tampoco permaneceré esclava de un sueño dogmático en el que ni siquiera me veía a mi misma. De vez en cuando necesito dejarme llevar y simplemente observar cómo ocurren las cosas, las gentes, las habladurías, el ruido. El resto del tiempo mi cabeza funciona a mil por hora y un sin fin de pensamientos atropellan mi tranquilidad... Dejando paso a un por venir que no vamos a descubrir, lo vamos a dibujar nosotros. Ya han llegado, estos son los tiempos de revivir la época de las luces. Encontrando aquello que abre una puerta a la reflexión, si no tienes todas las llaves lucha, gritaremos los silencios que nos trajeron al "estado de bienestar", nos sumergiremos en esa claridad que se deleitaba borrosa y resignificaremos un exclamado y necesario SAPERE AUDE.


viernes, 5 de octubre de 2012

Cuando las nueces se pasan

Amaneció con antojo de nueces y pensó que sería algo pasajero.

Meses después se sienta, en uno de los taburetes tapizados con terciopelo azulado de Le Louré, a explicar su pequeña anécdota frente a la psicóloga Elisabeth Strouss. La camarera del local, todavía vacío, se dedica a repasar las copas antes de la happy hour, mientras escucha sobrecogida “entre bambalinas” lo que cuenta la mujer que puede llegar a ser su próxima compañera:

– Día tras día me perseguía el deseo incesante de comprarme una bolsa enorme de nueces, pero por alguna razón prefería que me las dieran. Así que, aprovechando la cercanía de mi aniversario, me dediqué a decirle a mis allegados que si pensaban regalarme algo ese algo debían ser nueces. Acumulé un número considerable, mi problema vino cuando al tenerlas todas ante mi no quería comérmelas. Es curioso, pero me gustaba tanto que algunas personas se hubieran preocupado por cumplir mi absurdo deseo, que tenía la sensación de que si me las comía no sólo desaparecían las nueces sino que también lo harían las buenas intenciones.

La psicóloga la miraba confundida, pensaba disimulada qué tenía aquello de importante, en porqué era relevante y significativo para la vida de la mujer la historia de las nueces y si, tal vez, era simplemente una pérdida de tiempo.

Sin alargarse más, la mujer miró a la experta fijamente y le dijo textualmente, según la posterior confesión de la camarera:   – “Se pudrieron, como mi relación con los que me las regalaron”.


                                                               Dos años más tarde


– Tras incontables elucubraciones al respecto, ilimitados intentos por darle sentido, apabullantes pensamientos sin respuesta. Hoy, en medio de un atasco, mientras recordaba la historia que me había contado la muchacha en la entrevista de trabajo para la coctelería, me he dado cuenta de que tengo la respuesta, sé que quería decir la mujer con aquellas palabras. Los antojos, vienen y van... no son las personas que más te aman las que satisfacen tus caprichos, sino las que se quedan cuando te cansas de ellos. Aquella mujer deseaba las nueces y las consiguió, pero por no querer gastarlas no se las quiso comer, y, al final, ni se las quedó ni se las comió, porque se pudrieron. Todo tiene un ahora, un presente, una razón de ser y cuando deja de tenerla, se pudre y desaparece, aunque uno no haga nada porque se marchite, nada dura para siempre. Y aunque es casi una ironía, es vital aceptar la finitud, para así poder decidir, lo que en nuestras manos está del propio destino, dándonos un pequeño margen de libertad, pues más vale que algo se acabe por gastarlo que por miedo a hacerlo. 

   

jueves, 16 de agosto de 2012

Silencio

He encontrado en la intimidad del amor por conocer
las palabras que me abren una puerta donde poder expresarme
escondiendo tras sus frases al atardecer,
menos de lo que puedo contar y más de lo que puedo saber.

Conoces el terror del que se adormece?
Tiembla porque siente que le falta el suelo,
y comienza a soñar.
Al fin y al cabo, saber es solo saber.
Puede uno acoger un "no caminar" como camino cuando sueña?
Quizás entonces el único camino sea dejarse llevar.
Porqué temblar si al final los sueños, sueños son.
Vivir por amar, vivir por vivir o vivir por no morir... 
 
Qué decir de la vida mejor que vivirla?
Si el ahora no es siempre, pero siempre es ahora.
Pese a todos los enigmas, éste ha estado a mi lado sin callar,
pero para poder escucharlo había que sentir y no pensar.



Entonces escribí estas palabras a la suma de las de Nietzsche en otras circunstancias, con otro sentido, en otro estado... Hoy toman un nuevo rumbo y cada una de ellas vuelve a nacer resignificada en la inmensidad de la eternidad que no es más que un ahora que es siempre.  

sábado, 14 de julio de 2012

Almirones

 Un relato a mano del escritor amateur Tete Cotanda.


Almirones, me he embuchado un par de ellos de una sola bocanada. Camino al estómago suspenden en las paredes del esófago un par de dientes de león, inertes en mi interior, volando aún con el viento que les proporciono con mi respiración aliviada.

- ¿Puedo ayudarle en algo? – insto a una vieja que me mira con completa repugnancia. Se extrañó al verme comer los almirones del aire. Pasmada sobre mi apetito, me curiosea la mirada cual bicho raro que veía. Sigue mirándome, esta vez de arriba abajo. 
Me reitero en mi molestia repitiendo mi instancia algo intimidante esta vez - ¿Me ha escuchado usted? – la señora sigue mirando, fascinada cabizbaja en mis zapatos. ¿Señora? – insisto e insisto, empero no me proporciona respuesta alguna. Debe ser sorda, o quizás le gustan mis escarpines. Quizá nada, me está tocando, ya, los huevos. 
- ¡Oiga señora! ¡Déjeme de mirar de una maldita vez! - Arranco y me voy. He tornado en la segunda con la tercera, espero al hombrecillo verde del semáforo y miro atrás. El semáforo ya colorea mi paso hacia la otra orilla, pero es que… no sé, me siento como si me olvidara algo. La calle que dejo atrás… Me incita al lugar donde dejé la vieja mirando encandilada el suelo que pisé. Maldita vieja repugnante, terminó sonriendo en mi colérica.

Vuelvo en la segunda. ¡Sigue allí!  Un escalofrío sube a bajarme las escápulas al observar que no está sola. Un círculo de personas rodea ahora el lugar donde me encontraba y, joder, me acerco poco a poco a ese intrigante. Asomo la barbilla por encima de las cabezas de los mirones tratando de curiosear la expectación, a la par que hay más fisgones cuando quiero ver algo y no logro nada. Pienso en la señora, rigiendo magnánima el círculo voy hacia donde está. - ¿Qué ocurre? – pregunto sin obtener respuesta alguna. La vieja acaudala algo que no logro ver. El poblacho mira intrínsecamente al suelo de guisa sonrisa que ella. Me abalanzo impaciente contra el muro, que sin moverse –incluso viejo en el viento-, caigo rodado con la música en el suelo. Es cuando entre sus piernas, entre las merceditas negras de la abuela lo veo… Un almirón moribundo, medio roto en el cieno expectante de la gente, intentando ponerse en pie.

 El adoquín torna verde, las extremidades en ramas y troncos de altas copas, la densidad del pueblo es lozana armonía de bosque, el aire pasa entre los árboles con el murmullo sofocado de la gente que lo rodea, y Apolo es sol. Inerme el león, trata de ponerse arriba. El viento pasea sus pelos entre el claro de gente, pero vuelve a caer. Trata de ponerse en pie, empero vuelve a caer. Una vez y otra vez. Me levanto del suelo. Trato de echar a un lado a cualquiera que esté en el paso. Sonríen y no sé de qué. Réquiem. Agito a la anciana y al de su lado. Uno por uno rompiendo cabezas. Hachando manos y brazos, pero son de piedra. No puedo tratar la irrealidad desquiciado. Me reclino agazapado, en una pared cercana, ansiándome las rodillas y echando la cara torcida a una de ellas, mientras entre las piernas del gentío la sigo viendo tratándose de levantar.

Escapa al regreso de Perséfone, el viento Céfiro la trae de regreso en su charco de lluvia. Equinoccia el agua con la tierra por fin del invierno, haciendo crecer las flores en doquier rincón…

El cielo se ha cerrado. Nubarrones azulados cubren el cielo empujados por el viento. Condensa el cúmulo hasta estallar en una tela de ápices traslúcidos cayendo al vacío suelo. Empieza a llover. Los paisanos endulzan su mirada con la danza de la criatura. El salto de una gota lo aplasta, lo envuelve en agua y se le echan encima las demás gotas. El gentío se arroja encima. Cobijan su cuerpecito magullado de la inclemencia climática. La vieja inclina su dorso hacia el suelo, doblando la artrosis de sus meniscos que agasaja con su mano en señal de protección.  - ¡Mirad, tiene unos preciosos ojos! – Ojos nacieron de la lluvia. ¡Mirad que brazos y piernas más largos tiene! – Y largas piernas y brazos crecieron también. Ella le mira de guisa cuál a mis escarpines. Sonríe y acerca la mano. La criatura se encoje en sí misma al sentir la amenaza. La vieja retira la mano. Se hace un ovillo de cobardía y saca los ojos afuera del cascarón. La vieja vuelve a agasajarle con su parte. - ¡No temas! – insta la vieja con la mano de muestra. Posando la mano en el suelo, ésta vez, el almirón alarga sus extremidades hasta tocar la mano de la vieja, retrocede cautelosa y se sube en ella victoriosa. La abuela lo sube alto del suelo hasta ponerse en pie con los demás espectadores. El diminuto ser investiga la palma de par en par. Se columpia en los dedos de uno a otro. Fisgonea en los intrigantes pliegues rugosos del tiempo. Sube por el brazo. Baja por el brazo. Se divierte en ella.

Ya no lo veo. Juguetea con la muchedumbre ensimismada al claro de sol que vuelve a salir. Me canso de estar aquí. Vuelvo la segunda con la tercera… - ¡Espera! – una voz parece vocear hacia donde me encuentro. Nadie me llama nunca por la calle. Sigo andando. - ¡Espera! – ¡Es la vieja! Se tira de bruces ante mí. - ¿Qué quiere? – No responde. Esa dulce mirada de nuevo en mis ojos, sin formar palabra, cabizbaja ofrece sus manos cerradas ante mí. Las deja abrir, aupando en su interior al pequeño almirón que se alarga hacia mí. Prolonga sus partes al marchar de la vieja, que desaparece tan pronto aparto la vista. Miro el vacío que deja y lo lleno con la mirada de esa pequeña cosa. Cruzamos los dos el estrecho hacia la otra orilla. Germinando la primavera y el trastorno que me ate a ella.


miércoles, 20 de junio de 2012

Siempre tan solo en tu consciente, Marcos.


Relato escrito por Ana Celdrán  a.k.a Nita


<<Siempre tan solo en tu consciente, Marcos, siempre tan mal acompañado. Siempre de la mano de la pena unificando en un solo concepto vuestras materias como cuando haces el amor>>.

Esto es justo lo que la psicóloga de Marcos pensaba cuando lo veía aparecer por su puerta dispuesto a, una vez más, no colaborar. No obstante, ella era una profesional y, como tal, debía adherirse a su rol más frio y concentrado para poder creerse que de su acción se derivarían resultados…


Reunión con Marcos a 16 de Febrero de 2012


-Buenos días Marcos. Que tal has amanecido hoy?
-Bueno, he amanecido, como cada día.
-Estupendo, me alegro de que cada día estés dispuesto a amanecer.
-Bueno, he dicho que he amanecido, no que esté dispuesto a hacerlo. De hecho, no me hubiera importado seguir durmiendo la eternidad entera; eso me permitiría vivir en el mundo que quiero.
-Cuando duermes vives en el mundo que deseas?
-Cuando duermo vivo. Cuando estoy despierto, solo y simplemente estoy despierto.
-Entonces, crees que es mejor estar dormido?
-No. No creo que sea mejor. Creo que es “mejor” para mí. De que me sirve estar a mi despierto en una vida en la que no vivo? Es una tontería estar dormido pudiendo vivir para alguien el cual vivir la vida le merece sentido.
- Pero… algo habrás estado haciendo todo este tiempo en el que has estado despierto…
- Si claro, he hecho muchas cosas, pero ninguna de ellas me es una razón suficiente que demuestre algún significado. Qué significa haber ido al colegio o a la universidad? Que ahora tengo más información y abstracción que antes que, de hecho, me reafirma la pena. Qué significa trabajar? Que puedo comprarme cosas. Qué significa comprar cosas? Que ahora tengo más cosas que antes…
- Bueno, pues qué razón crees tú que sería suficiente para afirmar que estás viviendo?
- No cree usted que si yo tuviese entre mis manos esa razón habría hecho uso ya para fines propios? O me toma usted por imbécil?
- No, claro que no. Solo te tomo por un tipo que no es capaz de ver más allá de las fronteras que se ha marcado. Y dado que hiciste una mala gestión de tu política de territorio, ahora tienes poco campo de visualización.
- No creo haberme marcado personalmente jamás tales fronteras ni creo estar para nada ciego; yo veo de puta madre a todo el mundo. El hecho es que mis pensamientos caminan por suelo no asfaltado, de manera que mi cuerpo, que va inevitablemente sellado a mi mente, no puede ser visto por los transeúntes que caminan por el asfalto; están en otro nivel. Digamos que nací en tierra de nadie y sin GPS incorporado.
- Sabes de sobras que hoy en día hay millones de caminos que escoger, que los hay de tierra, cemento, agua,… incluso los hay en cientos aunque no seas libre de escogerlos todos. ¿Por qué no te dejas llevar por alguno de los ritmos que se marca la sociedad y a los que seguramente alguna vez te ha invitado?
- Porque peso… Para serle sincero me pesa toneladas algo que ni siquiera sé si tengo. Aunque si tuviese-la, de seguro que la vida no tendría forma de muerte y la muerte no se llamaría “salvación”.
- Entonces, crees tú que tu muerte va a salvarte?
- Oh no. Creo que la muerte fue ayer, es hoy y ahora, y será mañana… creo que la “paz” está en la vida, pero cuando no reúnes las condiciones suficientes para vivir, los mundos se intercambian haciéndote creer mentiras. Siempre he creído que se trata de una prueba de inteligencia y evolución para el ser humano… El problema que plantea esta especulación es que, una vez incorporada en la “realidad” más ordinaria de las personas, resulta que éstas y sus sistemas se transforman en “examinador”… A veces pienso porque los Dioses de la socialización no me convirtieron en mártir de la fe y sí en sujeto de investigaciones…




Todas las conversaciones que Marcos tenía con su psicóloga se desarrollaban así: ella saludaba y él, enseguida, daba muestras de su mal afortunada depresión. Así, sin vacilar un segundo, ella iniciaba su terapia siguiendo el hilo que Marcos le brindaba. De hecho, esa inmediatez en el diálogo era lo que a Marcos le permitía acudir a sus reuniones con la psicóloga. Ella trataba cuestiones que él no podía tratar cotidianamente, pero que, no obstante, resultaban ser su más inmediata cotidianidad.








domingo, 20 de mayo de 2012

Unos rayos de sol y sola amanece

Primeros minutos de la mañana... Está tan relajada que ni siquiera a comenzado a pensar. Las sábanas acarician su piel calentando ese cuerpo tan sufrido por la delicadez que yace en una unidad que solamente funciona como debe si se siente vivo. Las flores miran cabizbajas el suelo impoluto y aún con su majestuosa tristeza le parecen hermosas tal y como están, iluminadas por los finos hilos de luz que recorren, desde la ventana, toda la habitación. 

Como el viento que anticipa la tormenta, se desliza casi imperceptiblemente una lágrima por su cara, al caer sobre la almohada deja de distinguirse y da el pistoletazo de salida a un desorden emocional que despierta consigo el comienzo de las dudas. Dudas que, sin dejar ningún tiempo para el descanso, más que el de las pocas horas de sueño, acontecen incesantes transformando la primavera en un cruel y gélido frío donde no encuentra su ansiada solución. Le tranquiliza saber que llorar limpiará su piel o, como mínimo, ya no estará tan seca, pero no pueden cubrir todo su cuerpo, imposibilitando que pueda encontrarse cara a cara con un resquicio de la felicidad perdida. Sin más, aparta ferozmente las sábanas, se levanta y después de tirar las flores a la basura, se dirige veloz al baño, dejando que el agua, todavía fría, la recorra por completo y cada una de las partes quede enjabonada hasta el extremo. Paz, ahora si, por fin se siente limpia y el equilibrio vuelve poco a poco.



No pasan más de horas antes de que vuelva a repetir el ritual, tiene que hacerlo, no puede soportarlo, prefiere tener rojeces y algunas insignificantes yagas, a pensar en la cantidad de ácaros, bacterias y gérmenes que acumula la piel y que podrían hacerla enfermar e incluso conducirla a la muerte. Cada día pone una lavadora tan sólo para las toallas, acumulan grandes dosis de suciedad ya que están en contacto con el aire y todo lo que para tormento suyo, aunque no somos capaces de ver, purula en él sin limitación. Al menos se guarda el consuelo de que ella es la única que las utiliza, no solo las toallas sino todo, nadie debe entrar en el último refugio donde se siente a salvo alejada de la contaminación, los malos aires y, sobretodo, de las personas. Su casa es el reducto en el que está segura, por el momento, y en el que a nadie puede parecerle extraño que calle en un autismo producido por el temor a todo aquello que puede adentrarse en su interior si comete el error de abrir la boca. Continuamente se pregunta cómo superar su umbral de limpieza, cómo llegar, en ese sentido, a la perfección y qué podría sucederle si no lo consigue. La duda, día a día, se ha ido convirtiendo en un potente poso de incertidumbre, haciendo que la obsesión irremediablemente abra la puerta de un abismo en el que pierde por completo el estado de la realidad. Para qué su lucha? Para quién? Ya no conoce a nadie y nadie puede mirarla sin ver a una simple desquiciada, cada paso mental que dá le ofrece con más fuerza la misma llave, acabar con todo... Pero ¿y si tiene arreglo?

Preguntas y más preguntas, hacen de ella un nudo de interrogaciones en las que, aún deseándolo con plena esperanza, no encuentra respuestas, porque no las hay o quizás, se dice, porque la suciedad ha trascendido la exterioridad atravesandola y llegando a su interior. Si fuera así, ¿cómo acabar con ella? ¿cómo limpiarse si el problema se esconde donde ni ella ni sus productos pueden acceder? El inútil intento de comprobación desemboca, otra vez, en un nuevo ataque de ansiedad en el que incluso siente que le falta la respiración. La constante batalla de su cabeza contra el sucio mundo le impide apreciar los rayos del sol, ahora tan sólo ve motas de polvo en el aire. Son demasiadas, incontables. Desconsolada y a unos segundos de sentir pánico, lo único que pide son respuestas, al menos para saber porqué piensa lo contrario de lo que realmente quiere pensar.

Este es el lugar donde la indeterminación reina y da pie a la pesadilla, es donde intenta comprobar la pregunta irreal del mundo que se fabricó en su cabeza hace ya más de ocho años, el tiempo que lleva amaneciendo sola.

domingo, 29 de abril de 2012

Ninfomanía persecutoria


Relato creado por Santiago Sanchez,  escritor del blog  http://rockaroundtheclock.latrincheradesistemas.com/
 

– Te quiero follar como un animal–. Es lo que me dice ella con una voz altamente sexual al otro lado de la línea. Y después cuelga. Esa es mi vida ahora, una vida que gira única y exclusivamente entorno al sexo. Ella tiene lo que su psiquiatra llamó "hipersexualidad" justo antes de que ella lo abandonara. Porqué empeñarse en combatir algo cuando te trae más placer del que jamás pudieras imaginar? Mejor disfrutarlo mientras dure.

Estoy en el trabajo y los minutos pasan como si fuesen días mientras espero la hora de salida, la hora de mi salida, la hora en la que regreso a casa y me la encuentro desnuda deseando bajarme los pantalones. Después de esta llamada no me queda duda de que está masturbándose con alguno de los vibradores que hay repartidos por todas las habitaciones de la casa. La gente "normal" cuando no sabe que regalar, acaba regalando perfumes, flores, o cualquier otra cosa que denote un elevado desconocimiento el uno del otro. En esos casos yo le regalo pollas de plástico, o, simplemente, me unto la mía con chocolate y le doy de comer. En otras ocasiones, lo que le regalo es un arnés especialmente adaptado para alguno de sus vibradores, para que sea ella la que me folle a mí. Da igual, todos los juguetes sexuales que posea, siempre necesita más y más. Aunque por desgracia para mí, con los hombres le pasa lo mismo, siempre necesita más y más.

Con estos pensamientos se me hace difícil concentrarme en mis tareas, mi erección se está chocando contra la parte baja de mi mesa y lo único que puedo pensar es en dársela a ella. Viene el jefe y me habla, yo asiento una y otra vez sin poder escucharle. Estoy hipnotizado por el deseo, hechizado por las imagenes de sus manos acariciándose, seducido con la idea de lo que me espera al llegar a casa.



Es la hora. Los límites de velocidad son para la gente que no quiere llegar, para todos los zombies que un día tras otro se dedican a vivir las vidas que les han enseñado a vivir, para esa gente que después de pasarse todo el día deseando morir echaran un polvo a sus parejas para correrse y poder dormir. Para mí no hay límites, es lo que ella me ha enseñado, no estamos limitados más que por nuestra propia idea de que tenemos que limitarnos.

Sólo el hecho de introducir la llave en la puerta me la pone más dura que una piedra de jade, porque sé lo que me espera. Puedo escuchar sus gemidos en el salón mientras mi cabeza empieza a dar vueltas. Me concentro en cerrar la puerta, no sería la primera vez que debido a la excitación la dejo abierta. Después de cerrarla me doy la vuelta, ella ha venido corriendo y está de rodillas justo delante de mi. En un segundo han caído al suelo las llaves, mis pantalones y mi ropa interior. Mi erección se encuentra rodeada de su saliva y su lengua se pasea desde mis testículos hasta el extremo de mi pene más alejado de mí, despacio, muy muy despacio. Mientras tanto me mira a los ojos y clava sus uñas en mi trasero. Poco a poco va aumentando la velocidad de su lengua, hasta que empieza a mover su cabeza rítmicamente, alante, atrás, alante, atrás, alante, atrás...

Me he deshecho de mi camisa y allí se ha quedado, un día más, en el suelo de la entrada. Para de chupar y empieza a besármela desde la puntita hasta enrredarse con mi escaso pelaje. Beso a beso, recorre mi vientre sin dejar de mirarme, sus ojos siguen clavados en los míos. Me encanta que me mire con esa cara de deseo y ella lo sabe, lo sabe muy bien. Estoy en el paraíso y en el infierno a la vez, puedo recorrer el universo en su mirada, puedo sentir la mano de Dios en sus propias manos, haciendo milagros a cada momento con cada uno de sus dedos. Su boca está inspeccionando mi ombligo y sus manos a la vez se recrean en mis caderas. Sé perfectamente lo que viene después, esos mordiscos en mis pezones que me ponen los ojos en blanco. No tiene prisa, le gusta torturarme de placer, le excita, y puedo olerlo. Ese maravilloso olor de su sexo, de su excitación. Podría correrme sólo oliéndola. Aunque mi nariz no esté cerca de su clitoris, llega hasta mí en una excitante corriente de aire denso. Si hicieran los ambientadores con este olor la gente sería mucho más feliz... y se pasarían el día empalmados.

Por fin me besa, por fin me agarra la polla. Su lengua empieza a jugar con la mía. Al principio sólo se tocan los extremos para después recorrer mi lengua con la puntita de la suya, por arriba, por abajo, la rodea. Mientras, su mano sigue firme, sin moverse, apretando fuerte, dejándome sus dedos marcados. Empiezo a corresponderla y bajo mi mano derecha hasta su pubis. La dejo allí quieta, mientras siento la suya, mientras sentimos nuestras lenguas. Noto su calor con mi mano, una elevada temperatura. Tiene el trópico entre las piernas. Separo mi lengua de la suya para susurrarla al oído que estoy deseando llenar de saliva bajo su ecuador, llenar mi lengua de ella. Con suaves besos bajo y allí me encuentro su sexo, lo huelo, respiro fuerte, me embriago de su amor, aguanto un poco más, quiero que ella me lo pida, que me lo grite, que me agarre la cabeza y me la incruste en su entrepierna. Y lo hace, yo intento darle las gracias pero no puedo, mi boca entera está ocupada. Le tiemblan las piernas. En esta posición, va andando hacia atrás, hacia el salón. Mi boca sigue pegada a ella, yo me arrastro de rodillas como si fuese un perro.

Cuando llega al sofá abre sus piernas mientras yo me levanto y me preparo para embestirla una y otra vez, hasta que los dos estemos tan exhaustos como para no poder ni hablar. Y así lo hago. Ella grita, yo gimo, no paro durante diez minutos seguidos. Me tira del pelo hacia su cara para que la bese, me tira tan fuerte que pego un pequeño grito de dolor. Es muy violenta, pero me da igual. Estamos chorreando de sudor. Ella está chorreando algo más. Estamos a punto de reventar y reventamos. Caemos sobre el sofá. Nos damos un beso. Le propongo ir a la cama a descansar un poco hasta la hora de la cena y ella acepta. Y yo aún me lo sigo creyendo. Después de diez minutos, estoy en un estado de duermevela a punto de quedarme profundamente dormido cuando noto que ella se levanta de la cama. Este es el momento en que acaba su enfermedad y empieza la mía. Cuando muere mi excitación surge la paranoia. Duermo.

Me asaltan pesadillas en las que ella acaba dejándome para irse a una casa llena de tíos buenos que se la follan por turnos de dos. Pesadillas en las que no usa condón con los demás como me dice y en el que acabamos muriéndonos de una enfermedad extrañísima. Delirios paranoicos inacabables para mis horas de sueño, ojalá se quedasen ahí. Me despierto. Oigo gemidos en el salón. Gemidos de hombre. Tengo hambre.

Me dirigo hacia la cocina y cuando paso por el salón el tio pone cara de horror. Vaya, otro al que no le ha contado nada, y al pobre se le acaba de bajar toda la erección al verme. Ella se rie y me acusa de haberle cortado el rollo. Y vuelve a reír. Hay veces que son varios los que están con ella, otras veces son chicas, y otras veces me apunto a la fiesta. Un trío, un cuarteto... tener una pareja bisexual y liberal dicen que es el sueño de todo hombre. No voy a mentir, las primeras veces que haces un trío es bastante divertido y excitante, pero poco a poco todo eso se va transformando en más paranoia, en que las posibilidades de que encuentre a alguien mejor que tú se multipliquen por dos. De la fantasía a la paranoia en dos cómodos plazos. Debería tomarme mi medicación.

Sigo andando hacia la cocina. Le digo que voy a cenar. Ella dice algo, creo que quiere que espere diez minutos a que termine para cenar conmigo, pero como está intentando levantársela otra vez a ese tipo, es difícil entenderla. Llego a la cocina, pongo el televisor, me siento y espero. Espero a que ella termine, mientras, por mi cabeza pasan imagenes de como me va a decir que lo nuestro se ha acabado mientras se va con el tipo que se la está tirando ahora mismo, como vamos a descubrir que nos vamos a morir dentro de poco por una enfermedad rarísima o como se cansará cuando yo no pueda darle todo lo que ella necesita de mí. Esta es mi vida ahora.



sábado, 14 de abril de 2012

Verano del noventa y cuatro


Esmarelda dispuso el almuerzo familiar: cereales Cheerios de frutas, copos de avena, rebanadas de plum cake de nueces, tazones de leche para sus dos hijos pequeños y café americano para ella. Justo al dejar las cucharas sobre la mesa, escuchó el tintineo de la melodía que tenía asignada para su teléfono móvil. Lo buscó con la mirada y en un segundo acertó su ubicación. Miró el identificador de llamadas cuando lo tuvo en su mano. Una escuetísima autoreflexión la inundó con un estremecimiento pariente a la decepción. “¡Dios! No tengo voluntad para esto”, repasó, inútilmente, mientras descolgaba el teléfono.
“¿Cómo va eso, hermanita?", articuló el interlocutor. La voz de Leandro sonaba tan excitada que Esmarelda sintió que iba a detonar el auricular. “Hola Lean; qué buen humor gastas hoy”. Sintió remordimientos inmediatos por sus  palabras tan pronto las pronunció. Ahora se suponía que le había dado pie para que le explicase qué suceso tan asombroso había acaecido con motivo de su felicidad. Esmarelda se repitió a sí misma, un total de seis veces, no ser tan censurante e intransigente. ¿Por qué debía importarle que las historias no fuesen ciertas? Reflexiones recurrentes se despeñaron por la mente de Esmarelda; como cuando le representó la escena de cómo había derrotado, vigorosamente, en un área de servicio, a trece fugitivos que habían escapado de la cárcel.
“¿Por qué le está pasando esto a mi hermano? ¿Por qué la vida no es nunca como lo era antes? ¿Y si me termina pasando esto a mí?” Sus pensamientos fueron interceptados por el retumbo de la risa incontrolable de Leandro. Esmarelda emitió un sonido que sugería desconcierto y fue entonces cuando Leandro dejó de reír y le preguntó si podía hablar con los niños. Ella ideó una lacónica excusa y cambió de tema. Creyó que lo mejor sería recurrir a cuestiones más ligeras, preguntas rutinarias, las de siempre: “¿qué has desayunado?”, ó “¿vas a ver alguna película hoy?”, irían bien. Mientras trataba de encender un cigarrillo para acompañar el café, se preguntó por qué se tomaba la molestia de tener ese tipo de conversaciones sin sentido. Hizo un salto en el tiempo; le vino a la cabeza cuando se escapaban juntos al huerto de la tía Conchita para fumar el tabaco que le tomaban prestado a su madre. Luego se las ingeniaban para no dejar rastro de su delito. Recordar esto le hizo feliz. Se sentó y trató de concentrarse y escuchar realmente a Leandro. A continuación, Leandro le dijo sin vacilar un segundo, que era un adicto a la heroína y que hoy era su decimoquinto día de estar limpio. Le contó que las marcas que le dejaban las orugas que veía frecuentemente, estaban desapareciendo. Esmarelda se detuvo un momento para pensar cómo quería manejar esto. Podía ser honesta con Leandro y decirle que lo que le ocurría sólo sucedía en su mente y que ello desembocara posiblemente en algo fatal ó, bien, podía seguirle la corriente y felicitarle sin más por sus quince días. Parecía tan orgulloso de sí mismo que decidió decirle que ella también estaba orgullosa de él.
Esmarelda consideraba que había perdido al Leandro que solía ser. De hecho, la relación que una vez disfrutaron, era sólo un eco de su memoria que parecía cada vez más peliagudo de distinguir. Se multiplicaban sus pensamientos sobre su infancia y adolescencia, que se habían abierto paso, sin consentimiento, haciendo uso de su memoria. Pensó en los dos. Hasta verano del noventa y cuatro. Entonces se acordó de cómo él empezó a cambiar. Hablaba de cosas raras, contaba historias confinadas únicamente a la imaginación y, a veces, sólo se quedaba quieto en el mismo sitio, mirando inmutablemente a la nada y sin hablar en absoluto. Volvió a sentir el mismo escalofrío que cuando le dijeron que estaba diagnosticado de esquizofrenia. Pensar demasiado en el pasado provocaba en la mente de Esmarelda cortocircuitos de preguntas que no podían ser respondidas. Trató de dejar la mente en blanco. Pensó en cortar el césped.
Olvidar el problema era difícil, ya que Leandro llamaba cada lunes y jueves. Esmarelda se odiaba por no querer tratar con él. Ella lo amaba tanto... Las conversaciones tenían tanta energía que Esmarelda se dijo a sí misma no ser tan egoísta. 




“Así que Lean, ¿qué quieres para tu cumpleaños?”, le preguntó. En ese momento él gritó tan fuerte como pudo “¡He de ir a jugar con el aspersor! Hasta luego Esmarelda”.
Colgó el teléfono con la misma extraña sensación vacía que siempre tenía después de una llamada de Leandro. Esmarelda trató de ordenar su mente. “Olvídate de todas las preguntas”, se dijo. “No hay nada que puedas hacer, me encanta por lo que es él".
Esmarelda aupó a su hija de 2 años de la silla. “Vamos a jugar con en el aspersor”, y salieron al jardín.



Relato de Desirée Serrano Buiza.  Escrito y dedicado para alguien que sabe que estas palabras son "recuerdos".
Gracias



miércoles, 28 de marzo de 2012

Una vida ¿perfecta?


 

Conformarse. Realmente hay personas que se conforman o simplemente se resignan? Acaso existe esa perfección que casi todo el mundo busca? Y, si existe, acaso no es más que puro subjetivismo? Todos deseamos el trabajo perfecto, la familia perfecta, unos amigos perfectos, y por qué no decirlo, el amor perfecto... Pero quizás, y digo sólo quizás, porque me han educado en una cultura bajo algunos lemas como: "la esperanza es lo último que se pierde", se pueda encontrar aquello que se busca exasperadamente a pesar de que gane por aplastante mayoría aquello de ¡nada es perfecto! Será que en lugar de la esperanza es la ilusión por un devenir deseado lo que realmente es lo último que se pierde? Preguntas como éstas mil, respuestas, como siempre, millones. Aunque ninguna lo suficientemente convincente y arropadora como para ser la única. Tal vez lo necesario ante cientos de anomalías que subyacen en el paradigma cultural de occidente sea una revolución mental y posterior cambio de paradigma, el problema es que el ser humano se caracteriza entre otras cosas por ser imperfecto y eso no hay paradigma que lo solucione. Se añade que además no hay forma alguna de establecer si las ganancias superan a las pérdidas en el cambio de paradigma, de cualquier modo, lo que si tengo claro es que siento encarecidamente el destrozo que he llevado a cabo en estas líneas con mi manera de utilizar la teoría sobre las revoluciones científicas de Thomas Kuhn. 


La pregunta es: ¿Porque la imperfección busca y tiende irremediablemente a buscar la perfección? Es posible que sea por eso de que los polos opuestos se atraen, o tal vez esto solo sea una excusa, un lema de esos que nos dirigen a un abismo de incertidumbre de más. Por el momento, hay algo seguro, a nadie le atrae la idea de conformarse con lo que tiene si quiere más, y esa es la razón por la que se lucha día a día por cumplir metas, objetivos, sueños y deseos. Puede que Schopenhauer tuviera razón en aquello de que el deseo, la voluntad de vivir, provoca sufrimiento, pero entonces ese sufrimiento para todos los que desean vivir ¿es perfecto?  


¿Es algo irracional creer que la perfección reside en la imperfección de la vida? O simplemente esta creencia es una manera dulce de conformarse? Como siempre las posibilidades infinitas de respuesta abruman y desbordan, pero acaso ¿no es posible que la vida sea un camino en el que para seguir adelante se requieran de preguntas sin respuestas o que esas respuestas se las pueda tan sólo dar uno mismo durante el dichoso camino? Finalmente, una de mis respuestas es que la vida y la búsqueda de lo mejor para ella es como un libro ¿perfecto?, del que conoces los porqués a medida que te acercas al final y te vas haciendo cada vez más consciente de que la gran parte de las respuestas las encuentras con la magnífica herramienta vital de la interpretación. Y, entonces, llego al desenlace nada concluyente de estas líneas; si como hemos dicho y supuesto el ser humano es imperfecto, ¿no está abocado implícitamente a hacer interpretaciones imperfectas? Quizás, y repito, solo quizás, la vida sea perfecta pero la imperfección que nos hace ser nosotros sea, a su vez, la culpable de no permitirnos romper el último velo que, aunque ahora entrevemos, no nos deja contemplar lucidamente lo perfecto que es todo. Lanzo una última pregunta a interpretar a riesgo de que parezca que he perdido el norte; ¿no será que la ansiada perfección que buscamos sin pausa se encuentra delante de nosotros mismos, es decir, que nuestra perfección se aloja en la imperfección que nos define? 



lunes, 12 de marzo de 2012

Bailando la vida a mi ritmo

Comienzo mis pasos viendo rasgos de infelicidad,
crezco y entiendo que en casa no hay complicidad,
todos con ella, él solo en la barra de un bar
acompañado de una botella y nadie con quien hablar.

Creé una coraza, pues me dolía el corazón,
si las historias se repiten tengo claro que esta no.
Es mi turno, sé que puedo y romperé
con el interminable drama que acompaña a una mujer.
Me quieres? Pues respetame.

No tengo nada que temer,
sola en mi cuarto, solo miedo a envejecer,
al instante en el que deje de ser,
al día en que se esfume hasta el olor de mi perfume
y a que mi último pensamiento sea solo una costumbre.

Quieres invitarme de nuevo al baile?
Quieres volver a seducirme?
 Lo siento pero No, si tienes hambre come con tus manos,
mientras yo, sola seguiré bailando.

Me acuerdo de aquella mirada que decía 'ya caerás',
vi en ti que creías que volvería,
me asaltó un rotundo 'dentro de mil eras,
cuando mujeres y hombres solo seamos viejas quimeras'.

Tu destino, gastarte el sueldo en bares de carretera,
el mío, ser una mujer libre
que con hombres como tu no se va de cena.

Soy lo que soy por todo lo que he pasado,
y una parte del desconsuelo que me hizo aprender
te la debo a ti, pero no hay rencor, desde hace meses
solo queda un irrepetible adiós.

Cierro ante tus dudas una etapa pasada
y sin lágrimas en la cara tiro la llave al mar,
no volverás nunca más, al menos no a mi cama.
Hace tiempo que no estás ni en el hoy ni en el mañana.
Algo en mi ha cambiado,
he superado los obstáculos que yo sola me he creado
por no creer en mi,
he sufrido el dolor de sentir frío y necesitar calor,
pero eso ya se ha acabado.

Hace tiempo ya que no creo en la media naranja,
no me hace falta nadie para estar completa
y defenderé esto a ultranza,
ahora es una convicción y no una mera esperanza.

Creo en el sexo con encanto,
cuando un grito de placer
se eleva al mejor canto.

Sigo creyendo en el amor,
pero hoy soy solo yo,
para volver a vivir un nosotros todavía me queda tiempo.

No tengo prisa, mas si en la cara una sonrisa
y esta poesia para cálidas noches y
tus mañanas más frías.

lunes, 27 de febrero de 2012

"Pensar y ganar"


.
Mi marido, Estebe, es un hombre inteligente e inconformista. Hasta hace unos meses no me había traído problemas, la verdad, pero pronto tenían que llegar las consecuencias de ver tanto la caja no tan tonta. Los domingos, en lugar de sentarse a disfrutar del fútbol y a poder ser en un bar, él prefería sin duda alguna ver “Pensar y ganar”. Aquella rutina trajo sus frutos, pasado un tiempo, decidió apuntarse, iniciando así el primer paso, marcar uno de esos números de teléfono a los que cuesta llamar casi lo mismo que puedes ganar por participar. Claro que, si yo entonces hubiera sabido que todo se complicaría tanto, habría dedicado algo más de tiempo para hablarlo, dado que la conversación fue algo así como...

    – Cariño, voy a ir a “Pensar y ganar”.
    – Vale cielo, pero no tardes mucho. Abrigate!

           Obviamente no era, ni por asomo, consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Así que transcurrieron algunos días hasta que llegó aquel domingo después de navidad, época ya de por sí peligrosa. Como no podía ser de otra manera nos arropamos todos hasta la nariz, mis hijos, mi marido y yo, para embarcarnos en la inesperada aventura que supone encontrar un plató.
          
           Si has ido en alguna ocasión a un plató de televisión sabrás que suelen estar, en mi opinión ex professo, escondidos en los más remotos parajes, es decir, en algún tedioso polígono desértico normalmente situado entre una fábrica de nombre alemán impronunciable por muy grandes y azules que sean sus letras (clara intención de que ningún humano y, sobretodo si éste es español, posea la capacidad de poder indicarte) y un taller mecánico medio abandonado cuya apariencia expresa que en el lugar se compraba gasoil antes de la guerra civil. Pese al calvario y una nueva demostración de la inutilidad del dichoso tom tom y su habitual bucle de “gire a la izquierda”, al fin llegamos, inocentemente aliviados por la extraordinaria hazaña que ello suponía dada mi caótica orientación y los nervios pre “Pensar y ganar” de mi marido. Lo más extraño es que fue decisiva la aportación de mis hijos sobre conocimientos básicos de polígonos nacionales, ya que al parecer, todos comparten ciertos ítems estructurales.
                                         
             Comenzó la pesadilla, al presentar Jordano Hurtoda a los jugadores.

    – Bienvenidos! Esta tarde en el programa tenemos a tres astutos rivales que serán las delicias de todo espectador. – Dijo con ese tono vocal sobreactuado que caracteriza a los presentadores de concursos televisivos. – A la izquierda, María Luisa, profesora de química y lectora asidua de novelas policíacas. En el medio, como el jueves, Conchita; una ama de casa que nada tiene que envidiar a personas preparadas academicamente. Y, por último, tenemos hoy aquí a Estebe!–. Exclamó alzando la voz, como corresponde cuando finalizan las presentaciones de los participantes con tal de darle algo de énfasis a la parte más absurda de todo concurso.
               Sin más dilación, además de la típica publicidad después de los primeros cinco minutos de programa, empezaron las preguntas. Mi marido, con una extraña seguridad en sí mismo y sus conocimientos, estaba convencido de que vencería a sus contrincantes y más aún siendo ellas mujeres. Acabó la primera ronda, catastrófica, no había acertado ninguna pregunta. Les dieron unos minutos de respiro con otra publicidad. Entonces aprovechó para acercarse a la parte de la grada donde estábamos nosotros rodeados, creo, de una excursión del imserso, para decirnos:
    – Que no cunda el pánico familia, les estoy dando ventaja –. Yo únicamente asentía con la cabeza, pero si tengo que ser sincera, por dentro pensaba en lo gracioso que es a veces el ego masculino malherido – .

           Se sucedieron, del mismo modo, la segunda, tercera y cuarta ronda. Las puntuaciones eran claras: María Luisa, veinte aciertos; Conchita quince; y mi marido, dos. El primer acierto vino dado por la pregunta ¿El peyote es una droga? y el segundo por ¿Qué políticos formaban el tripartito catalán?

           Hace falta decir que es un hombre forjado en un estado mental cerrado y cementado en una infranqueable incongruencia, ya saben, de aquellos a los que les encanta pasar los días en el sillón criticando todo lo que hacen los políticos y, cómo no, todo lo que no hacen.
          
           Como era de esperar fue eliminado del concurso y desde ese día, del que hacen hoy dos semanas, está en la cama reservando todas sus energías en intentar comprender cómo dos mujeres (y una de ellas ama de casa) consiguieron ganarle. Yo, por mi parte, cada vez que atravieso el cuarto y le veo ahí tumbado como si sólo le quedara esperar a la muerte, me acuerdo de Simone de Beauvoir y esa frase suya que dice:

                        'El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres'.

viernes, 10 de febrero de 2012

Una fotografía vieja y rota


Qué es la armonía?

Quizá solo sea un concepto, una palabra que alguien algún día describió juntando, aparentemente con sentido alguno, una silaba tras otra; un seguido de vivencias o un segundo perfecto y de lo que allí nació brotó una decisión: llamar a aquello armonía. Sin embargo, la verdadera pregunta que yace y florece en este preciso y única circunstancia en mi es: quién sintonizó hasta ese punto con el mundo, con la vida, con su mente, con todo o tal vez con nada? Quién tuvo uno de esos momentos que son realmente irrepetibles en los que descubres la esencia desnudándola hasta el último de sus límites, rompiendo con cualquier barrera, viviendo un ¡Bum! interno del que surgió la ARMONÍA?

Que suerte la suya, no sé si siento envidia o admiración, tal vez toda admiración esconda en el penúltimo de sus recovecos algo, por pequeñito que sea, de envidia. Aquí es donde me encuentro, en el borde de un resquicio en el que la respuesta no aparece. ¿Dónde estás? No soy quizá merecedora de un momento como ese? Porque lo quiero, para mí, para ti...

Se dice por ahí que el amor da la verdadera vida a los que la viven y a los que lo sienten; pues entonces, qué injusto ¿no? Yo siento un poderoso amor por mis preguntas, vivo en la incertidumbre, con la alegría e inmensa tristeza que eso me provoca, en ella me he resguardado y ahora me expongo al posible frío infinito de una respuesta no deseada, pero estoy dispuesta, porque tengo, creo, suficientes trapejos para abrigarme cuando llegue, pero ¿y si no llega? ¿Qué hacer si el frío no llega cuando el calor asciende desde lo más exterior hasta la parte más íntima de tu ser? Es ahí donde yo veo un problema, si lo consigo se acaba mi pregunta, porque ya tiene respuesta, y entonces ¿quién quiere una respuesta cuando ésta acaba con todo, cuando una pregunta sin ella es infinita?

Ahora sí, me entiendo y sé que no tengo, ni poseo, miles de respuestas no encontradas nunca, pero si un resguardo bajo el paraguas de otras miles de preguntas que tantos se hicieron. No necesito inmortalizar mi cuerpecito si puedo plasmar la esencia, pero eso no es todo, puedo hacerlo con todas las personas que viven, han vivido e incluso con las que vivirán. Porque todos tendrán sus porqués, y sus “no lo sé”, sus ¿cuándo? y sus “tal vez nunca”; sus ¿dónde? ¿cómo? Y también sus ¿quizás? Con todas y cada una de las piezas, confecciono, ahora, sí, ahora, una fotografía vieja y rota que no nació conmigo pero que en mi vive desde este mismo instante y hasta siempre. Solo espero no dar respuestas, sino la infinitud y supervivencia eterna de una pregunta.


 

jueves, 26 de enero de 2012

Abhu she saine saine


En un lugar de cuyo nombre quisiera acordarme, pero no lo consigo, se encuentra ella. A su lado, flagrante, sofisticado y opresor, él.. Cansada de la escuela del ¡no podrás! se arma de valor, se siente fuerte, inteligente, bella y llena de poder; toma una tajante decisión de la que no habrá vuelta atrás porque marca en ella un antes y un después. Ayer un no puedo, ahora un apasionado puedo porque quiero y quiero porque puedo. Se aleja, es libre, él no lo entiende porque no puede, tampoco quiere.

Ella camina sola y caprichosa por el paseo, a horas intempestivas, por ello, tan sólo hay unos pocos transitando el pasaje. Se siente más mujer que nunca, más libre que siempre.
Lo tiene claro, no duda, sabe donde debe ir y lo hace.

Baja las escaleras con paso firme, hace horas que ha anochecido, entra sin titubeos, se dirige hacia la barra y le dice al camarero:
    -- Ahora sí, voy a hacerlo, pero antes necesito un whisky... doble! --
      Bebe con calma pero sin pausa, sabe que está preparada.

El tugurio está abarrotado de almas, todos hablan casi susurrando, la luz tenue impera. Se cala en el ambiente peculiar, cargado y exquisito, el anhelo de verla al fin, la esperaban desde hacia tiempo y se lo concedieron porque ella lo merecía.

Sólo se distinguen algunas sombras, las risas se prestan celosas a los oídos y las palabras son casi inaudibles, se percibe algo de impaciencia en cada una de las incontables copas, se escucha un
¿qué pasará, podrá hacerlo esta vez?

Pasan unos interminables segundos y llegado el momento, su silueta se intuye subiendo al pequeño escenario que hay en un rincón del salón, tras ella, un saxofonista, un pianista, un contrabajista y dos coristas.
En este instante solo se oyen las respiraciones, se enciende un foco que recorre toda la sala prolongándose lentamente hasta alcanzar sus pies, incesante asciende cuidadoso hasta iluminarla sutilmente. Silencio...

Levanta dulce pero intensamente la cabeza hasta mirar fijamente con los ojos entreabiertos a su público, mientras, con sus manos dibuja una línea invisible, desde la cintura hasta los pechos con la más impactante de las seducciones antes vista, deslizándolas por el largo y fascinante vestido rojo que cae cubriéndola, dejando libres tan sólo los afilados y sugerentes tacones negros que la calzan.

Ella tiene encanto, tiene swim, es sensual, potente, desgarradora. Conmueve con su sola presencia, nadie puede dejar de contemplarla, capta delicadamente toda la atención, ella ES hoy más que nunca.

Deleita y hechiza a todas las miradas con el suave tacto de sus dedos recorriendo el micrófono, mimándolo con una enamoradiza caricia, cualquiera desearía fervientemente ser aquel micrófono para disfrutar de un coqueteo irrepetible, de una tentación ineludible. Comienzan a tatarear de manera dócil y placentera las coristas, chasquean a la vez sus dedos acompañando un compás inolvidable del saxo que traspasa las fronteras entre la realidad y el sueño, siguen unas graves e inimitables notas de piano que alcanzan la victoria con el sonido característico e inconfundible de un contrabajo.

La linea divisoria entre escenario y público queda reducida a una difusa incitación a la atracción, la bruma provocada por el tabaco da intensidad al momento haciendo casi imperceptible la profundidad del lugar, las pupilas dilatadas dejan ver en ellas que se ha pasado de pensar a sentir, en ese instante la música es la reina y dueña del local.

Respira hondo, persuade desde un tono grave y penetrante hasta uno agudo y afinado, ella canta:
Abhu she saine saine

Ninguno de los presentes puede olvidarlo, aquellas son las palabras sin sentido que paradójicamente más sentido han concedido a una de esas noches cautivadoras que se recuerdan eternas para siempre pero que no regresan jamás.




(En homenaje a todas las mujeres que para cantar blues tuvieron que sentirse solas)

domingo, 15 de enero de 2012

El color del silencio


Cada silencio es un mundo, así como cada momento tiene una música idónea, cada silencio tiene un color distinto, tiene su propia banda sonora. Jamás será el mismo color del silencio el de una situación tensa, que el que se crea justo antes de que dos labios se junten, es por esto que el silencio es necesario para vivir, él está en la soledad pero también en la más absoluta compañía. Sabes a qué me refiero verdad? Su grandeza reside en que puede surgir en cualquier momento, en una fiesta o en una habitación a solas, tan sólo date un segundo y permitete escuchar lo que susurra tu silencio. Lo sientes? Como cada palabra, cada silencio trae consigo una emoción, sin juicios, nunca es mala o buena, simplemente es y está presente en cada uno de nosotros, formando parte de la vida y de la muerte.

Es vital para todos, pues en una guerra debe ser el mayor placer, unos segundos de silencio para recordar lo más anhelado, tu familia, tu hogar, tu vida, tu libertad… Creéme, es increíble poder sentarte con alguien y no tener que provocar palabras para evitar quedar callado, solamente con una mirada decirlo todo y aprender a mantener el silencio disfrutando con esa persona del momento, rompiendo, tan sólo, con el ruido de un abrazo, una risa o un beso, y, de esta manera, dejar florecer la complicidad, la conexión, las sensaciones que te descubren un nuevo lenguaje, las palabras del silencio. Puede resultar complicado entender lo que se quiere transmitir sin haber de decir nada, mas para conseguirlo hay que dejarse llevar, no pensar, solo sentir, deleitarse, ponerle un color, respirar, recibir el mensaje y, si se quiere contestar, hacerlo desde el alma, quizás esa sea la manera más auténtica de comunicarse.

Solo por un instante, deja que el silencio fluya por cada recoveco, a través de mil colores, cierra los ojos, calla y vuela.