martes, 6 de septiembre de 2011

Mentir



Para algunos es un hábito, para otros un tramo horrible por el que todos hemos pasado en algún momento. Cabe destacar que hay múltiples y variadas clases de mentiras. Hay, por ejemplo, una clara distinción entre las "piadosas", que son supuestamente aquellas que se hacen con el fin de no hacer sufrir a alguien, a mi entender son las que rozan los límites entre la educación y la hipocresía; y las "egoístas", que son paradójicamente las más sinceras.

Con el tiempo, las mentiras, y con ellas sus padres, los mentirosos, han ido evolucionando. Hace algunos años se decía: “Me he perdido por la ciudad”, lo que en la actualidad sería algo así como: “Tengo reunión a las ocho, llegaré tarde, por cierto, no tengo batería en el móvil”. Yo me pregunto ¿no sería mejor confesar que estás en el bar de la esquina junto a la oficina bebiéndote unos quintos?

Es indiferente quien mienta, niño, joven o adulto; y a quién se mienta: jefes, maridos, padres; o, incluso, cómo se mienta: ya que puede ser una mentirijilla o una gran mentira. Así pues, todo es cuestión de grados, depende de a quién, cómo, cuándo, dónde y porqué se mienta. Vaya, las cinco reglas del periodismo me han servido para algo...

Sea como sea, mentir, por el momento sigue siendo más un defecto que una virtud, por esa razón podríamos tener en cuenta dos famosos refranes que todos conocemos, el primero: “¡No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti!” Y por si acaso este es poco significativo el segundo: “¡Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”!, este va dedicado a los más listillos. Aún y con éstos, faltaría un tercero que es más bien un consejo: “¡Le mientas a quien le mientas cuidate de que no sea a tu madre, porque es imposible!”, ahora habrá más de uno pensando en aquella vez que se la coló a su madre, pues te diré querido lector que te equivocas y que tú madre si que te la ha colado a ti haciéndote creer que no sabía perfectamente lo que estabas tramando.
Si con todo lo dicho aún crees que seguirás mintiendo (ya que sin mentira no hay verdad, y ambas forman parte de la vida), te confesaré un truco excelente: Creete tus propias mentiras y, en el caso extremo de que te descubran, haz como los hombres cuando ellas conocen que ese bar junto a la oficina es un loft, que los quintos son condones y que los amigos se reducen a uno solo y tiene nombre de mujer..., es decir, niégalo todo, suelta un “estás paranoico” y no confieses si no tienen pruebas.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Gracias a que tú quieres ser


Cuantos habrán soñado de pequeñitos con ser lo que más deseaban de mayores? Muchos. Cuantos mayores habrán soñado volver a ser pequeñitos? Incontables. Cuantas madres habrán escuchado: – Mamá yo cuando sea mayor quiero ser el mejor bailarían del mundo!; – Mamá quiero ser futbolista, profesora, enfermera, Son goku...-- ; O, quizás: – Mamá yo de mayor quiero ser como tú --. Y ella habrá pensado bajito para que nadie pudiera escucharla: – Y yo otra vez pequeña! --

Yo soy distinta, una pieza extraviada que nada determina. Yo quiero ser una caricia eterna. Parece una locura, algo imposible ¿verdad? Pero, ¿porqué? Cuantas veces se ha conseguido aquello que anteriormente parecía inalcanzable?

Yo quiero ser tú, cuando tu niño corre hacia a ti y te abraza; cuando te adormeces mientras una mano de suave tacto traspasa tu piel para llegar al fondo más remoto y escondido de lo que llamamos corazón; cuando lees un libro y tu piel se eriza recorriéndola con un ligero pero intenso placer por cada parte de tu cuerpo; cuando un amigo te roza con sus dedos la cara para borrar una lágrima; cuando escuchas música y nadie puede descubrir, ni describir, lo que entonces ocurre dentro de ti.

Pero también todas y cada una de las ocasiones en las que lo has compartido; cuando le diste un beso, tan deseado como el mayor de tus sueños, a aquella fotografía en la que guardas un amor tan grande que he podido sentirlo mientras escribo esto; cuando sientes que algo especial va a pasar, no sabes por qué, pero sonríes, puedo verlo; cuando el oleaje del mar dejó eclipsado todo aquello que te define y te mimetizaste con él hasta el punto en el que sin ser consciente te balanceabas cuidadosamente de manera casi imperceptible, lo capté; cuando oliste ese aroma que anhelas y provoca que el mundo se pare en ese instante, lo sentí.

Lo he conseguido, soy caricia, pero no una de esas que se piensan, si no una de las que se regalan sin esperar recompensa alguna; una de esas que recuerdas con los años y la sientes tan profunda e intensa como cuando ocurrió; una de esas que imaginas con tanta fuerza que existe, nadie lo sabe, pero yo estaba en aquel lugar para sentirla, porque yo soy ella, soy caricia.

Mente en blanco, desconexión y conexión con el mundo, entonces es cuando estoy siendo en mi más puro estado, soy y estoy sintiendo ¿efímeramente? Cuando dé la sensación de que me voy a acabar, una especial brisa, o el tacto de las sábanas deslizándose por tu piel en medio de la noche, o, simplemente, la caricia tierna que te haces a ti mismo cuando ríes con o sin motivos, me harán estar y sentir. Soy la pureza más viva de la esperanza, porque no moriré mientras tú sientas y sentirás mientras yo exista. No hay muerte posible para una caricia, en lo eterno que hay en cada una de mis infinitas expresiones te acojo, porque yo soy caricia gracias a que tú quieres ser.