viernes, 25 de noviembre de 2011

A ti cómo te gustan?


Responden las mujeres: fáciles de llevar, que se puedan conducir hacia el destino deseado, con una exquisita estructura que te introduzca dentro del sentido y el aroma de un momento en particular o, simplemente, de una vida en general. Nos gustan completos, incluso nos atreveríamos a pedir un cierto grado de polivalencia, en otras palabras, que se desenvuelvan en distintos ámbitos con la misma soltura que en el ámbito natural. Que no sean estáticos, que permanezcan en un continuo movimiento, que no den pie a aburrimiento alguno, que provoquen sensaciones de todo tipo, incluso alti-bajos. Que se dejen reflexionar, que creen espacios de conocimiento y ofrezcan refugios tanto racionales como emocionales. Que te hagan reír o llorar, entristecer o alegrar, pero siempre que te hagan sentir. Creadores de expectativas, de objetivos, de metas, de algo por lo que luchar y que den sentido a cada pensamiento con un trasfondo, en muchos casos, oculto o con un aire misterioso. Queremos un lugar propio dentro de su narrativa, donde poder volar o poner los pies en tierra firme, dependiendo de hacia que paraje te conduzcan sus líneas. Un lugar privilegiado para soñar con cosas posibles o fantasiosas, para trascender la realidad o vivirla del modo más cruel. Desear entender, desear sentir, desear ser y ser siempre, al fin y al cabo, desear desear, porque es posible que esté a su alcance conseguirlo, pero también es imprescindible que exista una relación de reprocidad. Reclamamos sentirnos deseadas por ellos, requerimos su atención y pedimos un tiempo único e irrepetible para cada una de nosotras. Que nos seduzcan sutilmente hasta el punto de llegar a lo más profundo sin a penas ser conscientes del viaje recorrido o que nos despeinen cuando sea preciso y cuando no lo sea también. Que todo su ser traspase las palabras y los hechos, y los convierta en experiencias vividas y sentidas, inconfundibles, inolvidables. Queremos abrir ventanas desconocidas y puertas antes infranqueables, sin temor, donde poseer lo más preciado. Crear posibilidades, crecer, evolucionar y por las noches dejar de ser dos cuerpos y mentes unidos, para ser solamente esencia pura.

Responden los hombres: Nos gustan calientes, con cierto poder y dominio, para un día o para siempre, pero irrepetibles. Con cierta seguridad y confianza íntegra, que se expresen con sencillez, que nos lleven a la cama y nos hagan soñar con sus historias y laberintos. Queremos ver algo salvaje, insólito, casi ficcional. Que nos perviertan de vez en cuando el pensamiento, sin demasiados rodeos, complicaciones las justas, metáforas ilimitadas, que el primer diálogo avecine que vendrá después, pero siempre dando rienda suelta a un final tal vez inesperado o tan sólo hedónico. Que nos devuelvan a la niñez o nos hagan ser más hombres, que nos arranquen la ropa, las sábanas e incluso la comodidad, que nos dejen desnudos ante el peligro de ese gran desconocido, que permitan un viaje por su cuerpo sin fin y sin medida alguna, sin límites, hasta llegar a comprender su verdadero sentido, su verdadero yo. Que nos paren los pies o nos empujen a nuestros temores para vencerlos. Queremos la dulzura característica de la típica boulangerie francesa, y, a su vez, que sean como el pan, tierno, sabroso, intenso y fugaz como cada segundo de existencia vital, y, por supuesto, cotidiano. Nos gustan con momentos de acción, de énfasis, de desfase, con sentimientos profundos pero también lujuriosos, porque deseamos leer en sus cuerpos sexo, locura, desenfreno, pasión, intensidad, desesperación, muerte, y que esa lectura sea tan indescriptible como la mort súbite, un orgasmo mental tan bestial que te transporta lejos de la vida sin llegar a abandonarla. Estamos dispuestos a luchar por entender cada paso que dais hacia delante y a volver atrás si es necesario para poder adentrarnos de lleno, porque SOIS en mayúscula, y cuando estamos a vuestro lado fervientes por saber que sucederá, nos sentimos vivos, expectantes por el ¿que pasará?



De como las palabras dicen se las lleva el viento, pero no parece ocurrir de este modo en todos y cada uno de sus casos. Tu cuerpo desaparecerá, pero tu alma cuando la brindas a la literatura permanece y vive en cuanto vuelve a ser leída y sentida. Mantén si quieres tus obras y hazlo si puedes arriesgando por amar y deseando ser amado por ellas. Porque tu vida es necesaria tan sólo para ti, los demás podrán vivir ante tu ausencia a pesar de que puedas lograr que alguien te recuerde y te mantenga vivo, pero será tan sólo durante el tiempo de su vida, a no ser que escribas y aquello escrito se conserve y sea leído, pudiendo así darte “vida” otros de nuevo, como ocurre casi mágicamente cuando leemos a Shakespeare.

Así estamos yo y mis ideas, más allá aunque no despegados de mis circunstancias, que son las que precisamente me han traído hasta aquí, esperando impacientes vuestra historia, vuestro momento, vuestro ser y estar siendo, vuestros amores literarios. La razón es la facultad del hombre, pero también lo es el poder amar, de esto cabe entender la célebre y apasionante frase “el corazón entiende razones que la razón no entiende” y la literatura es la madre que mece en su cuna ambos ámbitos. Es así como la supervivencia de las palabras que conforman pensamientos y delirios viene dada en la historia. Espero entonces paciente y cautiva que me atrapéis in flagrante delicto, con el cuerpo templado y el centro excesivamente caliente, porque cabe un lugar para el deseo, que te convierte en activo respecto a lo que deja de ser solo un concepto cuando pasa a existir en ti como una realidad aunque sea imaginada. Del mismo modo, aunque no de manera magnífica como lo hace Sho hai, que nos engaña haciéndonos creer que dirige su lírica a una mujer para, posteriormente, desvelarnos que su musa es esa botella que ya tantos años lleva convertida en amiga y compañera; yo os he hecho caer en mi juego, espero, y haceros creer que mis palabras se conducían hacia el amor entre un hombre y una mujer, con todas sus respectivas alternancias, cuando mi intención aquí, y siempre, ha sido resaltar mi melódica musa, que de bien es sabido, es la literatura.

jueves, 10 de noviembre de 2011

'El Principito' de mi cabeza




Tras largas conversaciones conmigo misma, sobre cómo debería ser el hombre con el que compartir el magnífico y cruel camino de la vida, he llegado a una conclusión y esto que quede entre nosotros. Pensando en sus cualidades físicas y psicológicas y después de intensas aunque relajadas elucubraciones, recordé aquella frase de los años desnudos que decía así: “Los hombres que os corresponden a mujeres como vosotras todavía no existen”. Y he aquí el logro de la noche, para explicarlo es necesario volver algunos años atrás y rememorar “El principito”, lectura obligatoria en la infancia y, posteriormente, altamente recomendable en la adolescencia. Es una obra breve, pero muy significativa, que ya algo más maduros y, dedicándole su debido tiempo, se puede comprender como se merece.

Culpa de uno de esos momentos en los que te encuentras leyendo y aún siendo consciente de la interpretación alternativa que llevas a cabo bajo una línea que casi roza la inventiva, empiezas incluso a creerte tu deducción. Por uno de esos momentos yo me he dado cuenta de algo para mi sorprendente, y es que el Principito es el hombre de mi vida, tan perfecto o imperfecto como lo quiero en cada instante en que lo imagino. Me explico, visualicemos la famosa ilustración de la obra en la que el niño se encuentra solo en un mundo poco más grande que él, para mi ese mundo soy yo, es decir, el Principito tan sólo vive en mi, incluso puede que lo haya creado yo y hasta ahora ni siquiera tuviera conciencia de ello, pero está y ahora sé donde, en ese lugar repleto de la inocencia e ingenuidad que caracteriza a los niños.
A veces, llego a pensar que también sé el porqué, pero cada vez que me doy una respuesta la pongo irremediablemente en duda y esta tendencia me ha llevado a creer que quizás el porqué es porque dudo.

Puesto que todo gran amor comporta un gran riesgo, y el enemigo más peligroso de cada uno es uno mismo, mantengo al Principito vivo en la parte de mi mente conocida por mi como “sueños y utopías”, sin embargo, me cuido de un posible abordaje suyo a ese terreno en el que el cartel de la entrada dice: “Es real o puede serlo”. Porque al fin y al cabo, soy una de esas románticas racionales (aunque el concepto en si mismo parezca contradictorio, las mujeres somos más complejas que los términos) que están convencidas de que “la mejor relación es aquella en la que el amor mutuo es mayor que la necesidad mutua”, porque este es un amor del que yo soy el campo de batalla.

En ese pequeño lugar de mi cabeza propio, nuestro, o mejor dicho, mío, hay escrito en letra minúscula, a modo de esos rinconcillos en los que pone “made in ...” en cualquier cosa que se compre hoy en día, un feliz recordatorio: “Solo el corazón puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”.