jueves, 10 de noviembre de 2011

'El Principito' de mi cabeza




Tras largas conversaciones conmigo misma, sobre cómo debería ser el hombre con el que compartir el magnífico y cruel camino de la vida, he llegado a una conclusión y esto que quede entre nosotros. Pensando en sus cualidades físicas y psicológicas y después de intensas aunque relajadas elucubraciones, recordé aquella frase de los años desnudos que decía así: “Los hombres que os corresponden a mujeres como vosotras todavía no existen”. Y he aquí el logro de la noche, para explicarlo es necesario volver algunos años atrás y rememorar “El principito”, lectura obligatoria en la infancia y, posteriormente, altamente recomendable en la adolescencia. Es una obra breve, pero muy significativa, que ya algo más maduros y, dedicándole su debido tiempo, se puede comprender como se merece.

Culpa de uno de esos momentos en los que te encuentras leyendo y aún siendo consciente de la interpretación alternativa que llevas a cabo bajo una línea que casi roza la inventiva, empiezas incluso a creerte tu deducción. Por uno de esos momentos yo me he dado cuenta de algo para mi sorprendente, y es que el Principito es el hombre de mi vida, tan perfecto o imperfecto como lo quiero en cada instante en que lo imagino. Me explico, visualicemos la famosa ilustración de la obra en la que el niño se encuentra solo en un mundo poco más grande que él, para mi ese mundo soy yo, es decir, el Principito tan sólo vive en mi, incluso puede que lo haya creado yo y hasta ahora ni siquiera tuviera conciencia de ello, pero está y ahora sé donde, en ese lugar repleto de la inocencia e ingenuidad que caracteriza a los niños.
A veces, llego a pensar que también sé el porqué, pero cada vez que me doy una respuesta la pongo irremediablemente en duda y esta tendencia me ha llevado a creer que quizás el porqué es porque dudo.

Puesto que todo gran amor comporta un gran riesgo, y el enemigo más peligroso de cada uno es uno mismo, mantengo al Principito vivo en la parte de mi mente conocida por mi como “sueños y utopías”, sin embargo, me cuido de un posible abordaje suyo a ese terreno en el que el cartel de la entrada dice: “Es real o puede serlo”. Porque al fin y al cabo, soy una de esas románticas racionales (aunque el concepto en si mismo parezca contradictorio, las mujeres somos más complejas que los términos) que están convencidas de que “la mejor relación es aquella en la que el amor mutuo es mayor que la necesidad mutua”, porque este es un amor del que yo soy el campo de batalla.

En ese pequeño lugar de mi cabeza propio, nuestro, o mejor dicho, mío, hay escrito en letra minúscula, a modo de esos rinconcillos en los que pone “made in ...” en cualquier cosa que se compre hoy en día, un feliz recordatorio: “Solo el corazón puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”.



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