domingo, 20 de mayo de 2012

Unos rayos de sol y sola amanece

Primeros minutos de la mañana... Está tan relajada que ni siquiera a comenzado a pensar. Las sábanas acarician su piel calentando ese cuerpo tan sufrido por la delicadez que yace en una unidad que solamente funciona como debe si se siente vivo. Las flores miran cabizbajas el suelo impoluto y aún con su majestuosa tristeza le parecen hermosas tal y como están, iluminadas por los finos hilos de luz que recorren, desde la ventana, toda la habitación. 

Como el viento que anticipa la tormenta, se desliza casi imperceptiblemente una lágrima por su cara, al caer sobre la almohada deja de distinguirse y da el pistoletazo de salida a un desorden emocional que despierta consigo el comienzo de las dudas. Dudas que, sin dejar ningún tiempo para el descanso, más que el de las pocas horas de sueño, acontecen incesantes transformando la primavera en un cruel y gélido frío donde no encuentra su ansiada solución. Le tranquiliza saber que llorar limpiará su piel o, como mínimo, ya no estará tan seca, pero no pueden cubrir todo su cuerpo, imposibilitando que pueda encontrarse cara a cara con un resquicio de la felicidad perdida. Sin más, aparta ferozmente las sábanas, se levanta y después de tirar las flores a la basura, se dirige veloz al baño, dejando que el agua, todavía fría, la recorra por completo y cada una de las partes quede enjabonada hasta el extremo. Paz, ahora si, por fin se siente limpia y el equilibrio vuelve poco a poco.



No pasan más de horas antes de que vuelva a repetir el ritual, tiene que hacerlo, no puede soportarlo, prefiere tener rojeces y algunas insignificantes yagas, a pensar en la cantidad de ácaros, bacterias y gérmenes que acumula la piel y que podrían hacerla enfermar e incluso conducirla a la muerte. Cada día pone una lavadora tan sólo para las toallas, acumulan grandes dosis de suciedad ya que están en contacto con el aire y todo lo que para tormento suyo, aunque no somos capaces de ver, purula en él sin limitación. Al menos se guarda el consuelo de que ella es la única que las utiliza, no solo las toallas sino todo, nadie debe entrar en el último refugio donde se siente a salvo alejada de la contaminación, los malos aires y, sobretodo, de las personas. Su casa es el reducto en el que está segura, por el momento, y en el que a nadie puede parecerle extraño que calle en un autismo producido por el temor a todo aquello que puede adentrarse en su interior si comete el error de abrir la boca. Continuamente se pregunta cómo superar su umbral de limpieza, cómo llegar, en ese sentido, a la perfección y qué podría sucederle si no lo consigue. La duda, día a día, se ha ido convirtiendo en un potente poso de incertidumbre, haciendo que la obsesión irremediablemente abra la puerta de un abismo en el que pierde por completo el estado de la realidad. Para qué su lucha? Para quién? Ya no conoce a nadie y nadie puede mirarla sin ver a una simple desquiciada, cada paso mental que dá le ofrece con más fuerza la misma llave, acabar con todo... Pero ¿y si tiene arreglo?

Preguntas y más preguntas, hacen de ella un nudo de interrogaciones en las que, aún deseándolo con plena esperanza, no encuentra respuestas, porque no las hay o quizás, se dice, porque la suciedad ha trascendido la exterioridad atravesandola y llegando a su interior. Si fuera así, ¿cómo acabar con ella? ¿cómo limpiarse si el problema se esconde donde ni ella ni sus productos pueden acceder? El inútil intento de comprobación desemboca, otra vez, en un nuevo ataque de ansiedad en el que incluso siente que le falta la respiración. La constante batalla de su cabeza contra el sucio mundo le impide apreciar los rayos del sol, ahora tan sólo ve motas de polvo en el aire. Son demasiadas, incontables. Desconsolada y a unos segundos de sentir pánico, lo único que pide son respuestas, al menos para saber porqué piensa lo contrario de lo que realmente quiere pensar.

Este es el lugar donde la indeterminación reina y da pie a la pesadilla, es donde intenta comprobar la pregunta irreal del mundo que se fabricó en su cabeza hace ya más de ocho años, el tiempo que lleva amaneciendo sola.