Eres la desdentada fugacidad que corroe la expulsión de bajas cotas de mierda pos-moderna. Mierda abocada a la lejanía del artista que se postra de rodillas frente a ello para vomitar la profunda repugnancia, de lo que es tan reprobable y asqueroso, que no se presta a dejar de contemplarlo. Círculo hostil de heroína neuro-snob, en el que las albóndigas juegan con la salsa de la pasta empedrada, tras las lentes del que dice saber.
Estás muerto. Inspiración que se busca en su reflejo, es inspiración lapidada.
Eres el centro de atención, como tú querías. Míralos como aplauden y se emocionan, en la cínica interpretación del gran teatro que creaste cuando supiste ver que lo sublime fallecía en manos de la nada a la que llamas 'yo', para la que tienes incluso un moderno apodo de decoración cultivada en expresiones que muestran porqué te miran con desesperación desde el banquillo a la espera de un halo de aliento real.
Tú, eres el cadáver del muerto al que titulaste arte. Muérdete con el desdén que te mereces, con la poca dignidad que te reservas, con las drogas que necesitas para imaginar y abre los ojos a la autenticidad de un interior que, con suerte, te dará de comer en vida.