En un lugar de cuyo nombre quisiera acordarme, pero no lo consigo, se encuentra ella. A su lado, flagrante, sofisticado y opresor, él.. Cansada de la escuela del ¡no podrás! se arma de valor, se siente fuerte, inteligente, bella y llena de poder; toma una tajante decisión de la que no habrá vuelta atrás porque marca en ella un antes y un después. Ayer un no puedo, ahora un apasionado puedo porque quiero y quiero porque puedo. Se aleja, es libre, él no lo entiende porque no puede, tampoco quiere.
Ella camina sola y caprichosa por el paseo, a horas intempestivas, por ello, tan sólo hay unos pocos transitando el pasaje. Se siente más mujer que nunca, más libre que siempre.
Lo tiene claro, no duda, sabe donde debe ir y lo hace.
Baja las escaleras con paso firme, hace horas que ha anochecido, entra sin titubeos, se dirige hacia la barra y le dice al camarero:
-- Ahora sí, voy a hacerlo, pero antes necesito un whisky... doble! --
Bebe con calma pero sin pausa, sabe que está preparada.
El tugurio está abarrotado de almas, todos hablan casi susurrando, la luz tenue impera. Se cala en el ambiente peculiar, cargado y exquisito, el anhelo de verla al fin, la esperaban desde hacia tiempo y se lo concedieron porque ella lo merecía.
Sólo se distinguen algunas sombras, las risas se prestan celosas a los oídos y las palabras son casi inaudibles, se percibe algo de impaciencia en cada una de las incontables copas, se escucha un
¿qué pasará, podrá hacerlo esta vez?
Pasan unos interminables segundos y llegado el momento, su silueta se intuye subiendo al pequeño escenario que hay en un rincón del salón, tras ella, un saxofonista, un pianista, un contrabajista y dos coristas.
En este instante solo se oyen las respiraciones, se enciende un foco que recorre toda la sala prolongándose lentamente hasta alcanzar sus pies, incesante asciende cuidadoso hasta iluminarla sutilmente. Silencio...
Levanta dulce pero intensamente la cabeza hasta mirar fijamente con los ojos entreabiertos a su público, mientras, con sus manos dibuja una línea invisible, desde la cintura hasta los pechos con la más impactante de las seducciones antes vista, deslizándolas por el largo y fascinante vestido rojo que cae cubriéndola, dejando libres tan sólo los afilados y sugerentes tacones negros que la calzan.
Ella tiene encanto, tiene swim, es sensual, potente, desgarradora. Conmueve con su sola presencia, nadie puede dejar de contemplarla, capta delicadamente toda la atención, ella ES hoy más que nunca.
Deleita y hechiza a todas las miradas con el suave tacto de sus dedos recorriendo el micrófono, mimándolo con una enamoradiza caricia, cualquiera desearía fervientemente ser aquel micrófono para disfrutar de un coqueteo irrepetible, de una tentación ineludible. Comienzan a tatarear de manera dócil y placentera las coristas, chasquean a la vez sus dedos acompañando un compás inolvidable del saxo que traspasa las fronteras entre la realidad y el sueño, siguen unas graves e inimitables notas de piano que alcanzan la victoria con el sonido característico e inconfundible de un contrabajo.
La linea divisoria entre escenario y público queda reducida a una difusa incitación a la atracción, la bruma provocada por el tabaco da intensidad al momento haciendo casi imperceptible la profundidad del lugar, las pupilas dilatadas dejan ver en ellas que se ha pasado de pensar a sentir, en ese instante la música es la reina y dueña del local.
Respira hondo, persuade desde un tono grave y penetrante hasta uno agudo y afinado, ella canta:
Abhu she saine saine
Ninguno de los presentes puede olvidarlo, aquellas son las palabras sin sentido que paradójicamente más sentido han concedido a una de esas noches cautivadoras que se recuerdan eternas para siempre pero que no regresan jamás.
(En homenaje a todas las mujeres que para cantar blues tuvieron que sentirse solas)