lunes, 27 de febrero de 2012

"Pensar y ganar"


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Mi marido, Estebe, es un hombre inteligente e inconformista. Hasta hace unos meses no me había traído problemas, la verdad, pero pronto tenían que llegar las consecuencias de ver tanto la caja no tan tonta. Los domingos, en lugar de sentarse a disfrutar del fútbol y a poder ser en un bar, él prefería sin duda alguna ver “Pensar y ganar”. Aquella rutina trajo sus frutos, pasado un tiempo, decidió apuntarse, iniciando así el primer paso, marcar uno de esos números de teléfono a los que cuesta llamar casi lo mismo que puedes ganar por participar. Claro que, si yo entonces hubiera sabido que todo se complicaría tanto, habría dedicado algo más de tiempo para hablarlo, dado que la conversación fue algo así como...

    – Cariño, voy a ir a “Pensar y ganar”.
    – Vale cielo, pero no tardes mucho. Abrigate!

           Obviamente no era, ni por asomo, consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Así que transcurrieron algunos días hasta que llegó aquel domingo después de navidad, época ya de por sí peligrosa. Como no podía ser de otra manera nos arropamos todos hasta la nariz, mis hijos, mi marido y yo, para embarcarnos en la inesperada aventura que supone encontrar un plató.
          
           Si has ido en alguna ocasión a un plató de televisión sabrás que suelen estar, en mi opinión ex professo, escondidos en los más remotos parajes, es decir, en algún tedioso polígono desértico normalmente situado entre una fábrica de nombre alemán impronunciable por muy grandes y azules que sean sus letras (clara intención de que ningún humano y, sobretodo si éste es español, posea la capacidad de poder indicarte) y un taller mecánico medio abandonado cuya apariencia expresa que en el lugar se compraba gasoil antes de la guerra civil. Pese al calvario y una nueva demostración de la inutilidad del dichoso tom tom y su habitual bucle de “gire a la izquierda”, al fin llegamos, inocentemente aliviados por la extraordinaria hazaña que ello suponía dada mi caótica orientación y los nervios pre “Pensar y ganar” de mi marido. Lo más extraño es que fue decisiva la aportación de mis hijos sobre conocimientos básicos de polígonos nacionales, ya que al parecer, todos comparten ciertos ítems estructurales.
                                         
             Comenzó la pesadilla, al presentar Jordano Hurtoda a los jugadores.

    – Bienvenidos! Esta tarde en el programa tenemos a tres astutos rivales que serán las delicias de todo espectador. – Dijo con ese tono vocal sobreactuado que caracteriza a los presentadores de concursos televisivos. – A la izquierda, María Luisa, profesora de química y lectora asidua de novelas policíacas. En el medio, como el jueves, Conchita; una ama de casa que nada tiene que envidiar a personas preparadas academicamente. Y, por último, tenemos hoy aquí a Estebe!–. Exclamó alzando la voz, como corresponde cuando finalizan las presentaciones de los participantes con tal de darle algo de énfasis a la parte más absurda de todo concurso.
               Sin más dilación, además de la típica publicidad después de los primeros cinco minutos de programa, empezaron las preguntas. Mi marido, con una extraña seguridad en sí mismo y sus conocimientos, estaba convencido de que vencería a sus contrincantes y más aún siendo ellas mujeres. Acabó la primera ronda, catastrófica, no había acertado ninguna pregunta. Les dieron unos minutos de respiro con otra publicidad. Entonces aprovechó para acercarse a la parte de la grada donde estábamos nosotros rodeados, creo, de una excursión del imserso, para decirnos:
    – Que no cunda el pánico familia, les estoy dando ventaja –. Yo únicamente asentía con la cabeza, pero si tengo que ser sincera, por dentro pensaba en lo gracioso que es a veces el ego masculino malherido – .

           Se sucedieron, del mismo modo, la segunda, tercera y cuarta ronda. Las puntuaciones eran claras: María Luisa, veinte aciertos; Conchita quince; y mi marido, dos. El primer acierto vino dado por la pregunta ¿El peyote es una droga? y el segundo por ¿Qué políticos formaban el tripartito catalán?

           Hace falta decir que es un hombre forjado en un estado mental cerrado y cementado en una infranqueable incongruencia, ya saben, de aquellos a los que les encanta pasar los días en el sillón criticando todo lo que hacen los políticos y, cómo no, todo lo que no hacen.
          
           Como era de esperar fue eliminado del concurso y desde ese día, del que hacen hoy dos semanas, está en la cama reservando todas sus energías en intentar comprender cómo dos mujeres (y una de ellas ama de casa) consiguieron ganarle. Yo, por mi parte, cada vez que atravieso el cuarto y le veo ahí tumbado como si sólo le quedara esperar a la muerte, me acuerdo de Simone de Beauvoir y esa frase suya que dice:

                        'El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres'.

viernes, 10 de febrero de 2012

Una fotografía vieja y rota


Qué es la armonía?

Quizá solo sea un concepto, una palabra que alguien algún día describió juntando, aparentemente con sentido alguno, una silaba tras otra; un seguido de vivencias o un segundo perfecto y de lo que allí nació brotó una decisión: llamar a aquello armonía. Sin embargo, la verdadera pregunta que yace y florece en este preciso y única circunstancia en mi es: quién sintonizó hasta ese punto con el mundo, con la vida, con su mente, con todo o tal vez con nada? Quién tuvo uno de esos momentos que son realmente irrepetibles en los que descubres la esencia desnudándola hasta el último de sus límites, rompiendo con cualquier barrera, viviendo un ¡Bum! interno del que surgió la ARMONÍA?

Que suerte la suya, no sé si siento envidia o admiración, tal vez toda admiración esconda en el penúltimo de sus recovecos algo, por pequeñito que sea, de envidia. Aquí es donde me encuentro, en el borde de un resquicio en el que la respuesta no aparece. ¿Dónde estás? No soy quizá merecedora de un momento como ese? Porque lo quiero, para mí, para ti...

Se dice por ahí que el amor da la verdadera vida a los que la viven y a los que lo sienten; pues entonces, qué injusto ¿no? Yo siento un poderoso amor por mis preguntas, vivo en la incertidumbre, con la alegría e inmensa tristeza que eso me provoca, en ella me he resguardado y ahora me expongo al posible frío infinito de una respuesta no deseada, pero estoy dispuesta, porque tengo, creo, suficientes trapejos para abrigarme cuando llegue, pero ¿y si no llega? ¿Qué hacer si el frío no llega cuando el calor asciende desde lo más exterior hasta la parte más íntima de tu ser? Es ahí donde yo veo un problema, si lo consigo se acaba mi pregunta, porque ya tiene respuesta, y entonces ¿quién quiere una respuesta cuando ésta acaba con todo, cuando una pregunta sin ella es infinita?

Ahora sí, me entiendo y sé que no tengo, ni poseo, miles de respuestas no encontradas nunca, pero si un resguardo bajo el paraguas de otras miles de preguntas que tantos se hicieron. No necesito inmortalizar mi cuerpecito si puedo plasmar la esencia, pero eso no es todo, puedo hacerlo con todas las personas que viven, han vivido e incluso con las que vivirán. Porque todos tendrán sus porqués, y sus “no lo sé”, sus ¿cuándo? y sus “tal vez nunca”; sus ¿dónde? ¿cómo? Y también sus ¿quizás? Con todas y cada una de las piezas, confecciono, ahora, sí, ahora, una fotografía vieja y rota que no nació conmigo pero que en mi vive desde este mismo instante y hasta siempre. Solo espero no dar respuestas, sino la infinitud y supervivencia eterna de una pregunta.