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Mi marido, Estebe, es un hombre inteligente e inconformista. Hasta hace unos meses no me había traído problemas, la verdad, pero pronto tenían que llegar las consecuencias de ver tanto la caja no tan tonta. Los domingos, en lugar de sentarse a disfrutar del fútbol y a poder ser en un bar, él prefería sin duda alguna ver “Pensar y ganar”. Aquella rutina trajo sus frutos, pasado un tiempo, decidió apuntarse, iniciando así el primer paso, marcar uno de esos números de teléfono a los que cuesta llamar casi lo mismo que puedes ganar por participar. Claro que, si yo entonces hubiera sabido que todo se complicaría tanto, habría dedicado algo más de tiempo para hablarlo, dado que la conversación fue algo así como...
– Cariño, voy a ir a “Pensar y ganar”.
– Vale cielo, pero no tardes mucho. Abrigate!
Obviamente no era, ni por asomo, consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Así que transcurrieron algunos días hasta que llegó aquel domingo después de navidad, época ya de por sí peligrosa. Como no podía ser de otra manera nos arropamos todos hasta la nariz, mis hijos, mi marido y yo, para embarcarnos en la inesperada aventura que supone encontrar un plató.
Si has ido en alguna ocasión a un plató de televisión sabrás que suelen estar, en mi opinión ex professo, escondidos en los más remotos parajes, es decir, en algún tedioso polígono desértico normalmente situado entre una fábrica de nombre alemán impronunciable por muy grandes y azules que sean sus letras (clara intención de que ningún humano y, sobretodo si éste es español, posea la capacidad de poder indicarte) y un taller mecánico medio abandonado cuya apariencia expresa que en el lugar se compraba gasoil antes de la guerra civil. Pese al calvario y una nueva demostración de la inutilidad del dichoso tom tom y su habitual bucle de “gire a la izquierda”, al fin llegamos, inocentemente aliviados por la extraordinaria hazaña que ello suponía dada mi caótica orientación y los nervios pre “Pensar y ganar” de mi marido. Lo más extraño es que fue decisiva la aportación de mis hijos sobre conocimientos básicos de polígonos nacionales, ya que al parecer, todos comparten ciertos ítems estructurales.
Comenzó la pesadilla, al presentar Jordano Hurtoda a los jugadores.
– Bienvenidos! Esta tarde en el programa tenemos a tres astutos rivales que serán las delicias de todo espectador. – Dijo con ese tono vocal sobreactuado que caracteriza a los presentadores de concursos televisivos. – A la izquierda, María Luisa, profesora de química y lectora asidua de novelas policíacas. En el medio, como el jueves, Conchita; una ama de casa que nada tiene que envidiar a personas preparadas academicamente. Y, por último, tenemos hoy aquí a Estebe!–. Exclamó alzando la voz, como corresponde cuando finalizan las presentaciones de los participantes con tal de darle algo de énfasis a la parte más absurda de todo concurso.
Sin más dilación, además de la típica publicidad después de los primeros cinco minutos de programa, empezaron las preguntas. Mi marido, con una extraña seguridad en sí mismo y sus conocimientos, estaba convencido de que vencería a sus contrincantes y más aún siendo ellas mujeres. Acabó la primera ronda, catastrófica, no había acertado ninguna pregunta. Les dieron unos minutos de respiro con otra publicidad. Entonces aprovechó para acercarse a la parte de la grada donde estábamos nosotros rodeados, creo, de una excursión del imserso, para decirnos:
– Que no cunda el pánico familia, les estoy dando ventaja –. Yo únicamente asentía con la cabeza, pero si tengo que ser sincera, por dentro pensaba en lo gracioso que es a veces el ego masculino malherido – .
Se sucedieron, del mismo modo, la segunda, tercera y cuarta ronda. Las puntuaciones eran claras: María Luisa, veinte aciertos; Conchita quince; y mi marido, dos. El primer acierto vino dado por la pregunta ¿El peyote es una droga? y el segundo por ¿Qué políticos formaban el tripartito catalán?
Hace falta decir que es un hombre forjado en un estado mental cerrado y cementado en una infranqueable incongruencia, ya saben, de aquellos a los que les encanta pasar los días en el sillón criticando todo lo que hacen los políticos y, cómo no, todo lo que no hacen.
Como era de esperar fue eliminado del concurso y desde ese día, del que hacen hoy dos semanas, está en la cama reservando todas sus energías en intentar comprender cómo dos mujeres (y una de ellas ama de casa) consiguieron ganarle. Yo, por mi parte, cada vez que atravieso el cuarto y le veo ahí tumbado como si sólo le quedara esperar a la muerte, me acuerdo de Simone de Beauvoir y esa frase suya que dice:
'El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres'.