Tiempos
en los que las malas noticias son las que llegan primero, son tiempos
de agradecer. Días de reflexión en los que desperté de esas cuatro
paredes fijas en las que no había ninguna puerta, porque la única
salida estaba en mi. No me avergüenzo por haber estado perdida
creyéndome los dogmas sociales con los que he crecido, tampoco
agacharé la cabeza por no haber avistado antes todos los caminos que
hoy soy capaz de trazar mientras ayer me apretaba con duda la venda
de los ojos.
Si me inclino ahora, es para dar las
gracias por estar en esto con vosotros. Por tener siempre una luz
alumbrando incluso cuando cierro los ojos. Por poder vivir sin
sentirme sola, por soplar las velas de mi mayoría de edad mental
acompañada de grandes pensadores. Por seguir aqui, sabiendo que
pienso por mi misma y defendiendo un sólo discurso: el que nace de
mi propia pelea interna buscando un equilibrio entre emociones e
ideas.
No negaré
más las realidades que veo, como tampoco permaneceré esclava de un
sueño dogmático en el que ni siquiera me veía a mi misma. De vez
en cuando necesito dejarme llevar y simplemente observar cómo
ocurren las cosas, las gentes, las habladurías, el ruido. El resto
del tiempo mi cabeza funciona a mil por hora y un sin fin de
pensamientos atropellan mi tranquilidad... Dejando paso a un por
venir que no vamos a descubrir, lo vamos a dibujar nosotros. Ya han
llegado, estos son los tiempos de revivir la época de las
luces. Encontrando aquello que abre una puerta a la reflexión, si no
tienes todas las llaves lucha, gritaremos los silencios que nos
trajeron al "estado de bienestar", nos sumergiremos en esa
claridad que se deleitaba borrosa y resignificaremos un exclamado y
necesario SAPERE AUDE.
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